España atropella a Argentina

De una forma extraña, casi antinatural, exhibiendo unas cualidades hasta ahora desconocidas, corriendo más que jugando, España atropelló de mala manera a Argentina, reducida a una caricatura grotesca sin Messi, aunque visto el desarrollo del partido quizá el resultado no hubiese sido muy diferente con él en el campo. Fue una exhibición imprevista por rara la del equipo de Lopetegui, mucho más heterodoxo, polifacético, desacomplejado si de usar otras vías para llegar al gol se trata. Esta España ya no es la gran España, ya no es la España de siempre, y parece que es para bien.

Ni siquiera el lógico alivio producido por la ausencia de Messi ablandó a Julen Lopetegui. El técnico ha cambiado algunas cosas respecto a su antecesor, y una de ellas es que los minutos se reparten de otro modo. En la época de Vicente del Bosque, dos amistosos como los de esta serie generaban dos alineaciones opuestas. Ahora es justo al revés. A juicio de Lopetegui, Alemania y Argentina merecían a los mismos hombres sobre el campo. Sólo un cambio elegido, el de Diego Costa por Rodrigo, porque el de Marco Asensio quién sabe si fue simplemente porque David Silva no estaba.

El caso es que jugaron casi los mismos, pero España no fue la misma. Primero para mal. Se vio superada por Argentina durante muchas fases de la primera parte. Sin el oráculo de Messi, la albiceleste apretó los dientes en la presión y todos corrieron como si quisieran honrar al líder y obtener un buen resultado a modo de ofrenda. Higuaín, de hecho, fue quien primero falló un remate solo contra De Gea después de una jugada maravillosa de Argentina, que llevó la pelota por el pasto desde su portero hasta su delantero centro. El 9 de la Juventus erró de un modo grosero antes de que Piqué rebañara un balón a Lo Celso cuando encaraba de nuevo al portero español.

Choque Costa-Romero

España, incómoda, sin la soltura de Alemania, sin la fluidez de casi siempre, sin hallar los caminos, tiene sin embargo una cosa clara: la presión tras pérdida de pelota en campo contrario. Y fue así como, en un mal momento, Iniesta recuperó en el balcón del área, Asensio aguantó lo inaguantable para filtrar un pase a Diego Costa, que se tiró con todo, marcó, casi se lesiona y, de paso, lesionó a Romero. Por delante en el marcador, siguió variando. Jugó a presionar en campo contrario, pero también a replegarse en el propio. En ese sentido, la selección es un equipo menos previsible que antaño. Se estira y se encoge como un chicle en las diversas fases de los partidos. Eso sí, ni la presión ni el repliegue forman parte de sus mejores virtudes, antes sólo visibles con la pelota en los pies. Hoy ya no es así. Hoy, a España no le hace falta la pelota para encontrar el camino del gol.

Pasó otro rato malo mientras Argentina, con dos mediocentros no especialmente brillantes en la distribución como Biglia y Mascherano, tenía el balón y llegaba fácil hasta el área, jugando, tocando, aprovechando cierta indolencia, acaso relacionada con el cansancio, de su rival. Ramos salvó una pared en la frontal con Meza enfrentado ya a De Gea y cuando peor lo pasaba España, una de esas nuevas virtudes, las cabalgadas de Asensio, la sacaron del apuro. Esa carrera generó tal seísmo en Argentina que la jugada, con saque de puerta incluido, terminó en el segundo, obra de Isco a pase de precisamente de Asensio. No era real ese 2-0 y la poca justicia que hay en este deporte terminó premiando al equipo de Sampaoli con un cabezazo de Otamendi en un córner.

A la espalda de los centrales

Sampaoli, por cierto, tiene mucho más trabajo que halagar a Messi. Para empezar, trabajar los mecanismos para frenar los contragolpes con centrales tan lentos como Rojo y Otamendi. En lo que se asentaba y no la segunda parte, dos balones a la espalda, uno a Iago Aspas y otro a Isco, terminaron en gol. El malagueño, definitivamente otro futbolista con esta camiseta y con este entrenador, estuvo en todas. Lleno de confianza, es un jugador desequilibrante por sí mismo, capaz de generar incluso tensión enzarzándose con un rival.

Para entonces Argentina iba camino de la desintegración, confirmada con dos otros contragolpes, uno de ellos culminado por ¡quién si no! Isco y otro iniciado, sí, iniciado, por De Gea, con un balón largo hacia Aspas.