Sudán del Sur: «Entregad a nuestros hijos bolígrafos y no armas»

Que cientos de mujeres alcen la voz es una imagen nada habitual en un país condenado por los enfrentamientos fratricidas entre los afines al presidente Salva Kiir, y el ex vicepresidente y líder rebelde Riek Machar, en el que próximamente será su quinto año de guerra civil. Desde entonces, el acceso a la asistencia humanitaria se ha limitado a los campos de desplazados mientras que los alimentos han subido desorbitadamente sus precios a medida que se iban agotando las reservas.

No les hacía falta gritar que las mujeres llevan años, si no décadas, soportando los abusos sexuales de la guerra, en un conflicto en el que la violación se ha convertido en un arma más, según han denunciado organizaciones internacionales. Que ambas etnias mayoritarias -dinka y nuer- han sido objeto de ataques por parte de los dos bandos, Ejército nacional y rebeldes, secuestrados, torturados y asesinados, los ingredientes principales de un genocidio.

Tampoco les hace falta gritar que la guerra comenzada en diciembre de 2013 cuenta con decenas de miles de victimas mortales y un cuarto de la población ha sido desplazada de sus hogares, 1,88 millones dentro del estado y 2,1 en los países vecinos, principalmente Uganda, Kenia y Etiopía. Que hace años que las escuelas están cerradas y hacen falta más fondos internacionales para ayudar a los 4,8 millones de personas que sufren inseguridad alimentaria grave en el país.

Que los menores obligados a formar parte del conflicto como niños soldados o esclavas sexuales podrían llegar a 20.000, -según estimaciones del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) en los cuatro años de conflicto 17.000 niños han sido utilizados como soldados-, y apenas se ha conseguido que los bandos cumplan con el compromiso firmado en 2015 de devolverlos a sus familias (únicamente unos 200 fueron liberados en octubre de 2016).

Este grito silencioso desesperado busca poner fin a más de cuatro décadas de guerra que han convertido a Sudán del Sur en uno de los peores rincones del planeta. El estado se independizó de Sudán en 2011 bajo una gran euforia ciudadana que realmente creía que esta independencia, ratificada con el 100% de votos vía referéndum, traería consigo la paz tras décadas de conflicto con su vecino musulmán (en Sudán del Sur el cristianismo y el animismo son los cultos principales).

«Nosotras, las mujeres de Sudán del Sur, hemos decidido que ya hemos tenido suficiente de esto. Esta guerra ha estado ocurriendo durante mucho tiempo», dijo una manifestante al medio catarí Al Jazeera descubriendo durante unos instantes sus labios antes de volver a taparse la boca con la cinta blanca que los cubría. «Estamos cansadas y hartas de esto, y queremos que nuestro líder entienda que esta es su última oportunidad para traer la paz a este país».

En mayo Salva Kiir lanzó un cese unilateral del fuego y pidió el diálogo para encontrar una nueva solución a la crisis. Como siempre, se quedó en una declaración de buenas intenciones. Los fracasos diplomáticos han hecho que todos y cada uno de los intentos de sellar la paz hayan pasado con más pena que gloria, añadiendo más sangre y sufrimiento.

Fuente: El Mundo