Un paseo por la plaza del Pilar lleno de sorpresas

Enamorado perdidamente de Zaragoza, Carlos Millán, gerente de Gozarte, comparte en estas líneas algunos de los secretos y tesoros de la plaza del Pilar y nos invita, de paso, a que miremos con ojos de turista la gran riqueza histórica y patrimonial que encierra

Dicen que cuando estamos en nuestra ciudad vamos apresurados y mirando hacia abajo, porque lo que nos interesa sucede a la altura de nuestros ojos: la gente, los escaparates, el tráfico… En cambio, cuando salimos de viaje vamos con más calma y miramos hacia arriba, con lo que descubrimos cosas estupendas que en casa nos pasan desapercibidas con el ajetreo del día a día. Pues bien, ¿por qué no nos ponemos las gafas de turista y nos damos un paseo por la plaza del Pilar, descubriendo alguno de los secretos que nos puede ofrecer y en los que normalmente no reparamos?

Tesoros ocultos

Una de las mayores plazas de Europa tiene que estar llena de sorpresas. ¿Sabíais, por ejemplo, que el solar de la Seo y sus alrededores conservamos tesoros muy difíciles de ver? El foro romano, para empezar, era mucho más grande de lo que vemos al visitar el museo y se conserva el basamento del templo romano más importante de Caesaraugusta, bajo el coro de la Seo. Y los restos de la curia, la sede del gobierno de la ciudad romana, entre la plaza de la Seo y la calle de San Valero, que alguna vez el ayuntamiento tendrá que incorporar al museo, dada su importancia. Y un gran fragmento de cloaca al que sí podemos entrar, y tantas y tantas cosas.

¿Qué fue de la mezquita mayor de Saraqusta?

Bajo la Seo se conservan también restos de época musulmana, pues aquí estuvo la mezquita mayor hasta la conquista de Zaragoza por Alfonso I el Batallador, que probablemente por motivos políticos eligió este lugar para erigir la catedral. Bajo el pavimento de la Seo hay restos que nos cuentan cómo era aquella mezquita, pero hay algo más que muy poca gente conoce: el alminar, la torre musulmana desde la que se llamaba a la oración, siguió en pie hasta que se construyó la torre actual en el siglo XVII, y cuando se tiró ocurrió algo extraordinario: la decoración de una de sus caras quedó impresa sobre el yeso de un muro de la Seo. Es una de esas cosas que no es posible ver, pero es un testimonio excepcional de cómo fue aquella torre.

El cráneo de san Valero

Otro «secreto» de la Seo es el cráneo de san Valero. ¿Cómo acabó aquí? Cuenta la tradición que allá por el año 300 un gobernador romano, un tal Daciano, intentó que Valero, obispo de Zaragoza, y su diácono Vicente, veneraran a los dioses paganos. Se negaron, así que Daciano martirizó a Vicente y desterró a Valero a tierras del Somontano. Allí murió, y su cuerpo acabó tiempo después en Roda de Isábena. Eso sí, ya sabéis que descuartizar los cuerpos de los santos es una costumbre de lo más extendida, así que cuando se conquistó Zaragoza primero se trajo a la ciudad un hueso del brazo (se conserva en un relicario que se besa cada 29 de enero) y luego… ¡¡¡nada menos que la calavera!!! ¿Os imagináis dónde está? Pues dentro del busto que hay en la parte de abajo del retablo mayor, en el centro. Parece ser que cuando llegó hizo un milagro, sacando el demonio del cuerpo de una mujer, como se ve en el relieve que hay a la izquierda del busto, con el mismísimo demonio en forma de murciélago repugnante saliendo del cuerpo de ella ante el susto de media Zaragoza (los personajes que se tapan las narices y la boca por el olor del maligno Satanás). Parece que el busto, por cierto, es un retrato del papa Luna, quien regaló éste y los otros dos, el de san Lorenzo y el de san Vicente, maravillosas obras de los talleres papales de Avignon.

Dos corazones principescos

Pero no sólo de cráneos va la cosa, aunque enseguida hablaremos de otro. ¿Sabíais que en Zaragoza conservamos los corazones de dos de los hijos de Felipe IV? Pues sí, uno en el Pilar y otro en la Seo. Empecemos por el principio.

El 9 de octubre de 1646 murió en Zaragoza el príncipe Baltasar Carlos, heredero de la monarquía, cuando le faltaba una semana para cumplir 17 años, dejando a su padre en un estado de desolación total, viudo y sin heredero… El cuerpo del príncipe fue embalsamado, colocándose las «partes menores» o vísceras dentro de una pequeña caja de carmesí con galón de oro, que se depositó en el presbiterio de la Seo, detrás de una lápida de mármol que aún se puede ver a la izquierda del altar mayor. Una inscripción recuerda que, aunque el cuerpo fue llevado al Escorial, su corazón permaneció en Zaragoza.

Un tiempo después murió Juan José de Austria, hijo bastardo del rey (se dice que tuvo entre 30 y 40) y de una famosa actriz, María Inés Calderón, la Calderona. Se le inscribió como «hijo de la tierra», pero el rey acabaría reconociéndolo y ocupó cargos tan importantes como el de virrey de Aragón, estableciendo un vínculo tan estrecho con Zaragoza que pidió que su corazón reposara a los pies de la Virgen del Pilar. ¿No resulta curioso que el corazón de los dos hermanastros, que además habían nacido el mismo año, se encuentre a tan poca distancia y aquí, en Zaragoza?

Una tumba sin cuerpo: el cenotafio de Goya

En 1828 fallecía Goya en Burdeos. Fue enterrado en el cementerio de la Chartreuse, en el panteón de su familia política. Décadas después, el cónsul de España lo descubrió y movió los hilos para lograr traerlo de vuelta a España, acabando el cuerpo en San Antonio de la Florida, donde descansa hoy, pero… ¿sabíais que cuando lo desenterraron descubrieron que alguien le había robado la cabeza, que de momento no ha vuelto a aparecer? En 1928, centenario de su muerte, el Ayuntamiento de Burdeos regaló al de Zaragoza el pequeño monumento que había sobre la tumba. Se instaló en el Rincón de Goya, que fue construido entonces, pero finalmente se trasladó al monumento de la plaza del Pilar, donde sigue.

Esto no es todo, ni mucho menos, pero otro día os contamos muchas más historias. De momento abrid los ojos de par en par, porque por todas partes podéis encontrarlas.