Este concepto, introducido por el Papa Pío XII, describe a los creyentes que disfrutan los momentos de luz y alegría espiritual, pero evitan el compromiso profundo que exige el Evangelio
Hay quienes, aunque bautizados y asiduos a misa, viven sin «sentir una gran atracción por Jesús, ni odiarle», es decir, sin entusiasmarse ni rechazarlo. Ese grupo es, según el sacerdote español Jaime Ruiz del Castillo, «el más numeroso»: la ‘Iglesia durmiente’.
Este concepto, introducido por el Papa Pío XII, describe a los creyentes que disfrutan los momentos de luz y alegría espiritual, pero evitan el compromiso profundo que exige el Evangelio, quedándose en la superficie y renunciando a profundizar en ese combate espiritual propio de la vida de fe, convirtiéndose en lo que él llama «cristianos durmientes».
Una realidad que sigue vigente: fieles que caminan dormidos, cómodos en una fe tibia, sin responder a la llamada de Cristo más allá de las apariencias. Como ilustra la parábola del sembrador (Mt 13,1), es como la semilla que «cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó enseguida, porque no tenía profundidad de tierra; pero cuando salió el sol, se quemó y se secó, porque no tenía raíz».
Se trata de aquellos que reciben la Palabra con entusiasmo, pero al enfrentar dificultades o críticas no logran mantener su fe por falta de raíces espirituales. Ruiz del Castillo lo explica así: cuando Jesús «les hace cosquillitas en el Tabor», todo marcha sobre ruedas, pero todo cambia cuando «Jesús pide un cambio»: entonces pierden interés, se acomodan y dejan de seguirle.
«Cuando Jesús exige, cuando Jesús pide un cambio, cuando Jesús nos presenta la cruz, cuando Jesús, porque nos ama y sabe lo que nos conviene, nos hace sufrir, entonces miramos a otro lado, nos dormimos en nuestras quejas y renunciamos a seguirle», advierte el sacerdote que ejerce como misionero en la prelatura de Moyobamba en Perú.
Esa comodidad de los durmientes y su búsqueda de aceptación social llevan a muchos a un estado de pasividad espiritual. «Por comodidad, por llevarse bien con todo el mundo, por no tener problemas en esta vida, por hablar el lenguaje del mundo, deciden dormirse». Así, explica el sacerdote toledano, se forma una Iglesia que «no lucha», que busca una falsa paz y tranquilidad, y que sin darse cuenta, puede convertirse en lo que el Señor llamará «enemigos de la cruz».