Temores, dudas y enormes responsabilidades… León XIV no ocultó los desafíos de un obispo recién nombrado, pero trazó un camino claro en el que se pueden apoyar: oración, cercanía y valentía
Temores, cansancio, soledad… El Papa no escondió los desafíos que acompañan a un obispo recién nombrado. Pero, junto a ese realismo, ofreció también directrices concretas en un discurso sincero, con la cercanía de un padre y la experiencia de quien durante años supervisó en la Santa Sede el nombramiento de obispos diocesanos y titulares como prefecto del dicasterio para los Obispos. La receta fue nítida: confianza en el Espíritu Santo, oración, diálogo y valentía. León trazó así un auténtico itinerario espiritual y humano para quienes inician este ministerio.
«Rezo por ustedes, la Iglesia aprecia su sí, no están solos, llevamos juntos el peso y anunciamos juntos el Evangelio de Jesucristo». Con esta frase, el Papa cerró su encuentro con los obispos nombrados el último año, tras una mañana intensa en el Aula del Sínodo. No fue un discurso académico ni frío: fue un mapa de ruta con el que el Pontífice quiso acompañar a quienes, con ilusión y cierta incertidumbre, se disponen a cargar sobre sus hombros una misión tan grande.

Del seminario al mundo
El Papa comenzó por lo esencial: la fragilidad humana. Habló de temores, de la sensación de indignidad y de las diferentes expectativas que cada uno tenía sobre su vida antes de la llamada. Y frente a todo ello, insistió en permanecer en lo esencial: siempre cerca del Señor, reservar tiempo para la oración y mantener la confianza incondicional en el Espíritu Santo, fuente de la vocación.
Recordó además que la experiencia adquirida en una Iglesia local es un tesoro para la Iglesia universal, pero también advirtió sobre el ‘riesgo’ de acomodarse en un ministerio que precisamente exige actualización constante, capacidad de escucha y flexibilidad: «no bastan las respuestas preparadas, aprendidas hace 25 años en el seminario».

Pidió pastores con rostro humano: cercanos a su gente y a sus sacerdotes, misericordiosos pero firmes cuando toca juzgar, capaces de escuchar y dialogar, «no solo de hacer sermones». Y en el corazón de ese estilo pastoral situó la sinodalidad: «no es un método, sino un estilo de Iglesia, de escucha y de búsqueda común de la misión a la que somos llamados». Una exhortación del Papa a ser «constructores de puentes».
Las llamadas concretas
El Papa quiso también aterrizar en cuestiones prácticas. Sobre la paz, advirtió: debe ser «desarmada y desarmante», porque «¡la paz es un desafío para todos!». Sobre los abusos en la Iglesia, fue categórico: «no pueden meterse en un cajón, deben afrontarse, con sentido de misericordia y verdadera justicia, hacia las víctimas y hacia los acusados».
Y sobre las redes sociales, enfatizó a los prelados la necesidad de ser prudentes en el uso de estas, ya que existe el riesgo es que «cada uno se sienta autorizado a decir lo que quiere, incluso cosas falsas». Su consejo fue, en este caso, «calma, una buena cabeza y la ayuda de un profesional».
También habló de la misión y de la necesidad de confiar en los laicos con espíritu evangelizador: «pueden ser una esperanza para la Iglesia local». En la misma línea, alentó a acoger las vocaciones en los seminarios y a hacerse cargo de la responsabilidad de la formación inicial, acompañando a cada joven a descubrir todas las dimensiones de la vida cristiana y misionera.
No faltó un guiño a la actualidad: en el décimo aniversario de la encíclica de Francisco Laudato Si’ que se cumple este año, invitó a promover la sensibilidad ecológica en la pastoral, asegurando que «la Iglesia estará presente», aunque sin mezclar en ese ámbito ideas contrarias a la antropología cristiana.
Un estilo de cercanía
Quizá el mensaje más fuerte fue el de estilo: obispos que no se encierren en grupos propios, que huyan de la tentación del aislamiento, que tiendan puentes incluso donde los cristianos son minoría, con respeto sincero a otras religiones. Y todo desde lo esencial: «por el modo en que se amen los reconocerán».
El Papa concluyó recordando a los obispos que no están solos. La Iglesia camina con ellos, comparte las cargas y los invita a vivir la misión con audacia, misericordia y confianza. Un discurso lleno de realismo y ternura, que más que un manual, sonó a confidencia: la de un pastor que quiere pastores a la altura de este tiempo.