El Centro Social San Antonio de Zaragoza ofrece cobijo a las personas sin hogar que buscan un refugio para escapar de las bajas temperaturas donde también realizan labores de asesoramiento, formación y acompañamiento
Algunos dicen que es un refugio contra el frío, una especie de isla de calor para las personas sin hogar. Otros hablan de un «refugio humano» donde pasar unas horas al día acompañado, sintiéndose que forman parte de algo, de un círculo, de un grupo de personas que comparten una situación: la exclusión social. Una exclusión que tiene demasiadas aristas que salvar, también el frío y el calor extremo, que tratan de limar y estrechar en el Centro Social San Antonio de Sercade, que cada día abre sus puertas, en el zaragozano barrio de Torrero, para atender y ayudar a las personas sin hogar que, por cierto, cada vez son más y más jóvenes.
Zaragoza vivió esta semana la noche más fría de los últimos cinco años. Los mercurios descendieron hasta los 3,9 grados bajo cero durante la madrugada del miércoles. Un amanecer que demasiadas personas vieron en directo, a pie de calle. Según el último censo elaborado por Cruz Roja, en la capital hay alrededor de 120 personas en esta situación.
El ayuntamiento, a través del albergue municipal, ofrece una alternativa habitacional temporal que flexibiliza sus requisitos durante los episodios de frío extremo, como el de esta semana. Con plazas libres durante gran parte del año, estos días está hasta los topes, con todas sus camas ocupadas.

Jorge e Isabel este viernes en el Centro Social San Antonio de Sercade, en Zaragoza. / EL PERIÓDICO
Una alternativa para muchas de estas personas –las que duermen en el albergue y las que no– es el Centro Social San Antonio que abre sus puertas a las 8.30 de la mañana para ofrecer cobijo, comida, asesoramiento y formación a las personas en exclusión.
Durante estos días de frío, cada día pasan por sus instalaciones unas 60 personas, como Isabel, que lleva una década acudiendo casi a diario a este centro. Tras años viviendo en la calle, entrando y saliendo del albergue, asegura que en este espacio ha encontrado «seguridad, compañía y entretenimiento». «El día es muy largo y aquí al menos hablo con los amigos», dice Isabel, de 41 años.
Pablo, algo más mayor, asegura que a sus 60 años ha encontrado «un refugio humano» donde ha creado una especie de «familia». En 2015 la vida le dio un vuelco que le obligó a recurrir a centros como el de Torrero. Casualidades, lo conocía porque durante varios años vivió en la misma calle. «Vivía con mi madre y cuando falleció me deprimí y acabé viviendo en mi coche durante dos o tres años», recuerda.
Diez años después asegura que compañeros que empezaron siendo amigos han acabado siendo su familia. «Hasta vinieron a verme al hospital cuando estuve ingresaron», dice con orgullo y cariño. Vive en un piso compartido donde, lamenta, la convivencia es más limitada. «Ahí nos encerramos en nuestros cuartos por no molestar y hacemos menos vida en común», explica.
Los talleres que se imparten en el centro son de lo más variados. Jorge, que lleva tres años acudiendo al centro, está apuntado a «uno de madera y otro de barrio» que compagina con algún que otro torneo, como el de ayer, de dominó.
«Este centro es un espacio de encuentro dirigido a personas en situación de sin hogar», resume la coordinadora regional de Sercade Aragón, Jessy Clemente, que explica que además de ofrecerles los servicios más básicos, como la alimentación, las personas que viven en la calle pueden refugiarse durante el día en una sala con sofás, televisión, ordenadores con acceso a internet, juegos, libros, prensa… y las cosas más básicas y necesarias. También se organizan actividades y talleres a diario.
El centro social también ofrece acompañamiento y formación y trabaja con ahínco con los más jóvenes, los que tienen más posibilidades de salir de la exclusión y volver a entrar en el circuito social. Clemente alerta de que cada vez son más los jóvenes que acuden a los centros sociales, un incremento preocupante que, de no atajarse con celeridad, se cronificará, avisa.
Además de ayudarles con los papeles –muchos de ellos no tienen–, les enseñan el idioma, les ofrecen formación y una alternativa habitacional siempre que se puede. Un acompañamiento que culmina con la búsqueda de empleo, la única fórmula que puede permitirles salir de la exclusión.