ABC adelanta ‘Por qué dejé de ser nacionalista’, una compilación de nueve testimonios sobre el proceso de distanciamiento, no siempre fácil, respecto del pasado

¿Cómo se libera uno de las «cadenas arcanas» que le vinculan desde lo irracional a la idea de nación? ¿Cómo sacudirse la argamasa emocional que le lleva a uno a convertirse en nacionalista? Al doblar la esquina de esta década negra que ha sido para Cataluña el ‘procés’, responder a estas preguntas abre a la vez otros interrogantes: ¿el nacionalismo es curable? ¿Hay vuelta atrás? De lo colectivo a lo individual, hay quien no ha dejado de ser nacionalista nunca –a la vista está–, otros tardaron años en dejar de serlo, y otros nunca tuvieron que hacer ese viaje porque nunca se dejaron arrastrar por la corriente sentimental. Otros, quizá la mayoría, ni una cosa ni la otra, simplemente pasaban por ahí.

  • Ed. Libros Libres

No es este el caso de los testimonios recogidos en ‘Por qué dejé de ser nacionalista‘, volumen editado por Libros Libres y que ABC adelanta. Personas no indiferentes, implicadas, y que, desde los distintos grados del termómetro nacional o del independentismo –no siempre son lo mismo–, completaron ese tránsito; a veces traumático, otras veces natural, en ocasiones por simple proceso de decantación, en la mayoría de casos a costa del desengaño personal tras el quebranto con la tribu. Un proceso de liberación, siempre.

Lo explica Alejo Vidal Quadras en el prólogo del libro. «Tras la lectura de las vibrantes contribuciones impregnadas de verdad a ‘Por qué dejé de ser nacionalista’ de los nueve héroes y heroínas que han sabido, a costa en algunos de ellos de un doloroso desgarro interior, y en todos sin excepción afrontando las duras represalias de la máquina trituradora del totalitarismo secesionista, se imponen dos conclusiones, una de justicia y otra de esperanza. En efecto, de justicia es reconocer el enorme mérito de una rectificación que no ha sido fácil ni exenta de sacrificios y esperanzadora resulta la constatación de que si ellos han podido dar ese paso liberador y ejemplar, otros muchos conciudadanos nuestros serán capaces a medida que el desastre causado por los golpistas sea más y más inocultable bajo el manto de la propaganda y el soborno, de seguirles en el camino de la recuperación en Cataluña de la democracia, el orden constitucional y la perdida lucidez».

«Empecé a dejar de ser independentista porque el independentismo me parecía peor para Maria»

La condición de «héroes y heroínas» será seguramente rechazada por quienes exponen sus entrañas, a veces en lo más íntimo, para explicar el porqué de ese viaje. Salvador Sostres, colaborador de ABC, lo razona como un paso natural, sin dramatismos, empujado en realidad por la transformación que le supuso el nacimiento de su hija Maria, un cambio ni «traumático» ni «drástico» a medida que se hacía «más conservador, menos liberal», adulto. «De repente todo empezó a darme más miedo y la tranquilidad me gustaba más que cualquier otro estado de las cosas», reconoce. Lo que sucedió a partir de 2012 –«el lío que se organizó»–, precipitó la mutación: «Empecé a dejar de ser independentista, pero no porque descubriera de repente España, o porque cambiara de un día para otro mi opinión política, sino porque el independentismo me parecía peor para Maria –tanto si ganaba, con aquella banda de hipócritas y descerebrados al frente; como si perdía o empataba, por el enorme desasosiego que causaba en el conjunto de la sociedad–; y además una estafa intelectual, sobre todo en los términos que se planteaba».

«Mamá, ¿tan mal estamos, como para querer irnos de España? Esa pregunta fue el inicio de un cambio radical»

La evolución de Júlia Calvet, 21 años ahora, 11 en el inicio del ‘procés’, fue mucho más rápida. Nacida en el seno de una familia independentista, alimentada mediáticamente con la sopa de TV3 y Catalunya Ràdio, asidua de las manifestaciones de la Diada, a los 14 ya intuyó que había algo más allá: «Mamá, ¿tan mal estamos, como para querer irnos de España y no volver jamás? Esa pregunta fue el inicio de un cambio radical en mi vida». Júlia Calvet, estudiante de Derecho en la Pompeu Fabra, preside ahora la asociación constitucionalista S’ha Acabat.

«Ser catalanista no equivalía automáticamente a ser independendentista o antiespañol»

Anna Grau, periodista, diputada de Ciudadanos en el Parlament, hace una primera precisión y se pregunta si en realidad fue nacionalista alguna vez. «Catalanista sí, desde luego: por predisposición familiar, por letraherida y juntaletras, y porque mis inicios profesionales fueron en la prensa catalanista en plena era Pujol», explica en alusión a su etapa en el ‘Avui’. «Me gustaría precisar que en ese momento, ser catalanista no equivalía automáticamente ni a ser independentista, ni a ser antiespañol, ni a ver el periodismo como un arma de destrucción masiva donde no importa la verdad, sino cómo machacar más y mejor al ‘enemigo’. Todo eso vino después y explica mi distanciamiento del mundo que me vio nacer. O, mejor dicho, de los que se han enseñoreado de ese mundo y obligan a vivirlo de una determinada, inapelable, manera».

«Hice un ejercicio de responsabilidad, proclamé abiertamente: me he equivocado»

También desde la política, otros testimonios asumen su transformación desde el reconocimiento de haber partido de posiciones equivocadas. Eva Parera preside ahora el partido constitucionalista Valents, pero fue durante años dirigente y senadora de Unió Democràtica. Coge el toro por los cuernos y alude a un recurrente vídeo en el que se la ve, en el Senado, defender un referéndum pactado: «Ese vídeo no me molesta, porque muestra el camino que abandoné para emprender otro muy distinto. En la vida las personas crecemos, maduramos y nos formamos nuestra opinión a medida que reunimos experiencias vitales (…) No fue una decisión fácil. Lo cómodo era quedarse, callar y cobrar. Se vive muy bien en Cataluña formando parte del ‘establisment’ nacionalista». «Le debía a la gente, aunque yo no fuera nadie, una disculpa. Hice un ejercicio de responsabilidad, proclamé abiertamente: me he equivocado. Pero no me quedé ahí y hoy combato activamente al frente de Valents, al independentismo», apunta Parera.

Como «gripe estacional» y «virus todavía sin vacuna» define el articulista y también colaborador de ABC Miquel Porta Perales el periodo que le llevó a escribir en 1987 ‘Nació i autodeterminació.’El debat nostre de cada dia’, donde asume que sí, que, como muchos, pudo dejarse llevar: «¿Concesiones gratuitas a un nacionalismo supremacista y excluyente, aureolado de bondad? ¿Un dejarse llevar por el ambiente y la épica pequeñoburguesa de la independencia?». «Felizmente», prosigue Porta Perales, ese virus acabó creando «anticuerpos antinacionalistas», hasta convertirlo, con los años, en uno de los más lúcidos intelectuales catalanes: «Nunca debí escribir aquel libro. Pero, finalmente ahí está, en el rincón de la estantería. Interpelándome mientras redacto estas líneas. Que son una liberación sin ira. Un adiós con razones».

Más visceral fue la ruptura del periodista Albert Soler (‘Diari de Girona’, ‘El Periódico’), que pasó de un nacionalismo digamos que instrumental –«decidí a afiliarme a ERC porque la secretaria del partido en Girona, la que debía tramitar el papeleo, era una rubia despampanante»– a otro inconsciente, a favor de la corriente: «Supongo que seguí siendo nacionalista por la fuerza de la costumbre, o por comodidad. En Cataluña queda mucho mejor sentirse catalán que español». Su ruptura con ese magma fue, por así decirlo, tan contundente como ácidos son sus artículos: «Si subirme al carro nacionalista me fue fácil gracias a los ardores de la adolescencia, bajarme del mismo lo fue también, gracias en este caso a un defecto que se me ha ido agravando con el paso de los años, y que nadie piense que tiene que ver con el declive sexual: no soporto a los imbéciles».

La quiebra de Xavier Horcajo, economista, periodista de largo recorrido– con el mundo nacionalista fue fruto de una más bien desagradable experiencia profesional. Despacho de Antoni Subirà, presidente de Premsa Catalana, editora del ‘Avui’. 1989. Acude Horcajo para aclarar un asunto administrativo. Le reprende Subirà, pata negra de CDC, entonces futuro consejero de Pujol: «Pero usted, por qué se toma tantas molestias, si llamándose Horcajo, ya sabe que nunca será director». Reflexiona el aludido: «¿Xenofobia? ¿Racismo?». Horcajo, de «sangre caliente», se despidió allí mismo: «Que me llamen, con el finiquito. ‘Passiu bé!’ (¡Páselo bien!)»

La transformación de Jesús Royo, filósofo y filólogo, fue más gradual, a medida que comprendió que una mal entendida defensa del catalán –participó en la implantación de la inmersión en las escuelas– se acabó convirtiendo en el intento de eclipse del castellano. «Sí, yo fui nacionalista-catalanista. ¿Cómo se deshilachó todo el tejido de mi peculiar nacionalismo? Pues por un punto que se suelta. Tirando de ese hilo colgando, todo el castillo de naipes se me vino abajo».

En Gerona, donde la presión ‘indepe’ es mayor, el giro de 180 grados de la empresaria Eva M. Trias fue ejemplar. De simpatizar y colaborar con ERC a ser una señalada por haber acogido en su cámping a agentes de la Guardia Civil expulsados de sus hoteles en 2017: «Yo veía la independencia como una utopía, que servía de estímulo a un objetivo que sabía inalcanzable. En todo caso nunca podía ser posible ni de esta forma, ni con este tipo de líderes políticos. Ahí dejé de ser nacionalista».

Nueve testigos, heroicos o no, siempre ejemplarizantes, de una transformación; una lección de cómo romper cadenas y liberarse, en lo personal, del peso de la tribu. Y contarlo. No es poco en la Cataluña del ‘procés’.