¿Vacila el eje francoalemán o es el típico ataque de celos parisino?

En las últimas semanas han saltado las alarmas ante lo que parece un deterioro de las relaciones entre Francia y Alemania, el famoso eje que hace que la Unión Europea funcione. Hasta el punto de que se ha seguido con todo detalle cada gesto y cada movimiento de Olaf Scholz, canciller alemán, y Emmanuel Macron, presidente galo. ¿Se han roto los puentes?

Casi todo en la Unión Europea es cíclico. Las previsiones macroeconómicas de la Comisión Europea, el calendario de las reuniones de los líderes europeos, los toques de atención del Ejecutivo comunitario a los presupuestos nacionales… y las crisis del eje francoalemán. Cada poco tiempo la alianza entre Berlín y París se encuentra, supuestamente, en las horas más bajas. Esos rumores han vuelto a circular en las últimas semanas a medida que el debate sobre medidas energéticas ha acabado estancándose. En parte, aseguran algunas fuentes, por la incapacidad de encontrar un punto común entre Alemania y Francia que permita poner sobre la mesa una serie de propuesta que puedan ser aceptadas por los distintos lados del debate.

El principal encargado de airear los supuestos problemas en el eje francoalemán ha sido el propio Gobierno francés, que se ha preocupado de hacer visible su malestar con Berlín. El lenguaje de algunos de los principales líderes franceses en los últimos días ha dejado ver que están molestos. Macron señaló antes de la última cumbre europea que no era bueno que Alemania se “aísle”, y uno de sus hombres de confianza, el ministro de Finanzas Bruno Le Maire, admitió que las relaciones pasan por un momento delicado.

Pero, ¿es esta vez distinta a otras? Francia menciona una serie de agravios por parte del Gobierno alemán, pero la idea central es que París tiene la sensación de que desde Berlín no le están prestando la suficiente atención, que no se le da el peso que tiene como interlocutor clave en la política europea. No notan que el Gobierno alemán tenga interés en cuidar su “relación especial” con el francés. Y eso es lo que genera nerviosismo en el Elíseo. Pero no es demasiado nuevo.

Francia necesita de Alemania, pero Berlín no necesita de París. Al menos no tanto, como demuestra el hecho de que el Gobierno alemán se pueda permitir el bloqueo del debate energético a nivel europeo sin demasiada preocupación. Y esa asimetría en las relaciones pone siempre al Gobierno francés en una situación en la que cada poco tiempo tiene que captar la atención de sus colegas alemanes, recordándoles la importancia de sus lazos comunes. Y suele hacerlo predicando un deterioro de las relaciones del eje francoalemán.

La dinámica suele ser siempre la misma. Alemania acaba haciendo esfuerzos por reconstruir los puentes y resolver todos los agravios. Mientras tanto Francia ha ido construyendo una “alianza alternativa” para mostrarle a Berlín que puede vivir sin su cooperación. Pero en cuanto el Gobierno alemán se vuelve a acercar al francés, París abandona cualquier otra alianza alternativa y vuelve a comprometerse por completo en el eje francoalemán.

Lo pudo comprobar el propio presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, durante la negociación de los altos cargos de la Unión Europea en 2019, cuando Macron acabó, como siempre, priorizando un pacto con Alemania. Al final ninguna de las dos partes, ni la francesa ni la alemana, está dispuesta a renunciar a su relación especial con la otra, considerándolo también una pieza clave en la construcción europea, y Francia vuelve a apoyar a Alemania en la mayoría de sus decisiones, por mucho que estas puedan ser erróneas.

Los errores alemanes

Porque de lo que nadie duda es que Alemania ha tomado muy malas decisiones. Pero esto se podría escribir ahora y hace una década. En general, los Gobiernos alemanes sufren a la hora de utilizar su enorme poder para tomar cualquier decisión que no sea germanocéntrica. Ocurría también en la era de Angela Merkel, como demuestra la consolidación e incluso incremento de la dependencia del gas ruso a pesar de los avisos de muchos de sus socios europeos del este, pero también en la gestión de la crisis del euro. Berlín toma esas decisiones creyendo, sinceramente, que lo mejor para Alemania es lo mejor para Europa. Aunque no siempre es así.

La diferencia es que en aquel momento, en la época de la crisis del euro, la victoria moral, al menos aparentemente, estaba del lado de Berlín. En la era de los “riesgos morales” pocos dudaban de que pasar el rodillo sobre Grecia era la decisión correcta si lo indicaba Alemania. En las trincheras de la guerra ucraniana, con su dubitativo apoyo a Kiev y décadas de cercanía al Kremlin, el Gobierno alemán se ha dejado toda posibilidad de tener la autoridad moral de su lado. Y a eso se han sumado más errores que han sido vistos por sus socios europeos como una muestra de insolidaridad, como por ejemplo el anuncio de un enorme paquete de 200.000 millones de euros para mantener a flote la economía alemana que ha provocado un importante enfado en sus socios europeos.

La situación es distinta porque los errores acumulados son graves y los Estados miembros tienen menos miedo a la hora de criticar de forma agresiva a Berlín. Pero, ¿cambiará el resto de la coreografía? No hay demasiadas razones para creer que, como siempre que se proclama una crisis del eje francoalemán, no habrá un reencuentro. Pero es indudable que Alemania se encuentra en mitad de un terremoto que está afectando a todas las ideas sobre las que construía su visión del mundo. La de la apertura a través del comercio y el acercamiento, que el país ha puesto en práctica durante décadas con Rusia y que también intentaba aplicar ante China; unas relaciones más tensas y menos fiables con EEUU; y un comercio, sobre el que la economía alemana ha construido su crecimiento, que es menos libre y menos abierto que antes. Alemania está confundida en un mundo que se mueve bajo sus pies. Pero eso, lejos de alejar a Berlín y París, debería reforzar la voluntad de Scholz de mantener sus lazos más fiables, que son con Francia.