El Papa pide en el campamento de refugiados de Lesbos detener «el naufragio de la civilización»

Tambaleándose al avanzar por un camino de grava, el Papa Francisco dedicó este domingo los primeros veinte minutos en el campamento de refugiados de la isla de Lesbos a estrechar las manos de cientos de personas forzadas a escapar de sus países y que se han jugado la vida cruzando las montañas de Asia y las aguas del Mediterráneo para llegar a Europa.

Acariciaba a cientos de niños en brazos de sus papás o mamás, al tiempo que sonreía a todos. Muchos le saludaban como mejor podían: «Thank you», «Welcome», «Salaam». Un congoleño fue más directo, casi desgarrador, suplicando: «Aidez moi» («Ayúdame»). Era la primera personalidad internacional importante que iba a visitarles, y -en este segundo viaje a Lesbos- acompañado de la presidenta de la República, Ekaterini Sakellaropoulou.

La mayoría de las 2.300 personas acogidas son familias muy jóvenes, con niños pequeños. Han tenido que escapar de Afganistán, Siria, Pakistán o Somalia, pero también había rostros asiáticos de Myanmar y africanos de la República Democrática del Congo.

Llevan meses a la espera del estatuto de refugiado, bajo el agobio del encierro forzoso en el y el temor de ser devueltos a Turquía en caso de rechazo. La esperanza viene de saber que la mayoría de sus predecesores han logrado el estatuto. En el pasado mes de septiembre, extraordinariamente bueno, 4.200 personas fueron acogidas en varios estados de la Unión Europea.

Tras unas breves palabras de la presidenta de la República, dieron la bienvenida al Papa varios refugiados. Christian, que ha huido de la República Democrática del Congo, contó que tiene 30 años y es padre de tres hijos, dos de los cuales le acompañan, «pero el tercero y mi mujer no han tenido la suerte de llegar a Grecia. No tengo noticias de ellos».

Francisco, que ya visitó a refugiados en Lesbos en 2016, les dijo que «estoy nuevamente aquí para encontrarme con ustedes, para ver sus rostros, para mirarlos a los ojos: ojos que han visto la violencia y la pobreza, ojos surcados por demasiadas lágrimas».

Dirigiéndose al mundo entero, el Papa hizo notar que uno de los tres grandes desafíos globales está semiabandonado por la comunidad internacional. Según Francisco, «incluso en medio de retrasos, se avanza en la vacunación a nivel planetario. También parece que algo se mueve en la lucha contra el cambio climático. Pero todo parece terriblemente opaco en lo que se refiere a las migraciones».

Consecuencias desastrosas

En la línea de su discurso del sábado en Atenas sobre «el retroceso de la democracia», el Papa advirtió que «el futuro solo será próspero si se reconcilia con los más débiles». Sencillamente, «porque cuando se rechaza a los pobres, se rechaza la paz. Cierres y nacionalismos —nos enseña la historia— llevan a consecuencias desastrosas».

Mirando a los fugitivos de países en guerra, el Santo Padre les dijo: «Hermanas, hermanos, sus rostros, sus ojos nos piden que no miremos a otra parte, que no reneguemos de la humanidad que nos une, que hagamos nuestras sus historias y no olvidemos sus dramas».

Francisco rogó «al hombre, a cada hombre: superemos la parálisis del miedo, la indiferencia que mata, el cínico desinterés que, con guantes de seda, condena a muerte a quienes están en los márgenes».

Yendo a las causas de esta crueldad, el Papa invitó a «hacer frente desde su raíz al pensamiento dominante, que gira en torno al propio yo, a los propios egoísmos personales y nacionales, que se convierten en medida y criterio de todo».

Y apuntó directamente a los egoístas: «Debemos admitir amargamente que este país estáatravesando una situación difícil, y que en Europa sigue habiendo personas que persisten en tratar el problema como un asunto que no les incumbe».

Ante un mundo que vive la mayor crisis de refugiados de la historia, y ante líderes políticos que la explotan para su ventaja personal, el Papa citó a Elie Wiesel, superviviente del Holocausto, en su discurso de aceptación del premio Nobel: «Cuando las vidas humanas están en peligro, cuando la dignidad humana está en peligro, las fronteras nacionales se vuelven irrelevantes».

Miedo al otro

Francisco recordó que «es fácil arrastrar a la opinión pública, fomentando el miedo al otro». Y se preguntó: «¿Por que, en cambio, no se habla de las guerras olvidadas, y a menudo generosamente financiadas? ¿O de las maniobras ocultas para traficar armas y hacer que prolifere su comercio?». Según el Santo Padre, «hay que hacer frente a las causas remotas, no a las pobres personas que pagan las consecuencias, siendo además usadas como propaganda política».

Y es necesario hacerlo pronto, pues «el Mediterráneo, que durante milenios ha unido pueblos diversos y tierras distantes, se está convirtiendo en un frío cementerio sin lápidas». Tanto que «parece un espejo de muerte». E insistió con fuerza: «¡No dejemos que el ‘Mare nostrum’ se convierta en un desolador ‘Mare mortuum’! Se lo suplico. ¡Detengamos este naufragio de la civilización!».

Terminado el encuentro, el Papa se acercó a varios contenedores para visitar a algunas familias en sus «casas» sin cocina, ni cuarto de baño, ni calefacción frente al viento frío del Egeo.

Por la tarde, en una misa en el Megaron Concert Hall, el mejor auditorio de Atenas, Francisco invitó a casi dos mil católicos a «no temer la pequeñez, porque la cuestión no es ser pequeños o pocos, sino abrirse a Dios y a los demás».

Les animó a la conversión personal, que es «ir más allá del modo habitual de pensar, más allá de los esquemas mentales cerrados por la rigidez y el miedo, que paralizan con la tentación del ‘siempre se ha hecho así’».

El Santo Padre pasará una segunda noche en la nunciatura apostólica de Atenas para poder reunirse con los jóvenes el lunes a primera hora, antes del regreso a Roma. Por eso se despidió diciendo «mañana dejaré Grecia, pero no los dejaré a ustedes. Los llevaré conmigo, en la memoria y en la oración».