Consistorio de Cardenales: Homilía del Papa

En la homilía del séptimo Consistorio Ordinario Público de cardenales de su Pontificado, el Papa Francisco ha destacado la importancia de “estar siempre vigilantes para permanecer” en el camino de Jesús.

El Consistorio de hoy, 28 de noviembre de 2020, ha sido emitido desde la basílica de San Pedro y ha supuesto la creación de 13 nuevos cardenales que se suman al Colegio Cardenalicio. Actualmente, la Iglesia católica cuenta con 229 de los cinco continentes. De ellos, 127 tienen menos de 80 años y serían electores en el cónclave. Entre los nuevos purpurados se encuentran 9 electores y 4 no electores.

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El camino

El Santo Padre se ha dirigido a la asamblea centrando su homilía en “el camino”, presente en la lectura del Evangelio de san Marcos. Para el Papa, se trata del espacio donde “se desarrolla siempre la trayectoria de la Iglesia: el camino de la vida, de la historia, que es historia de salvación en la medida en que se hace con Cristo, orientado a su Misterio pascual”.

“La cruz y la resurrección”, explica, es parte de la historia y no solo es “nuestro presente”, sino también “la meta de nuestro camino”. En la misma línea, ha afirmado que el relato evangélico, citado a menudo en los consistorios, no es solo “un trasfondo”, sino la “hoja de ruta para nosotros que estamos hoy en el camino de Jesús” que es “fuerza” y “sentido de nuestra vida y de nuestro ministerio”.

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El contraste de la Palabra

Citando el Evangelio de Marcos, Francisco ha señalado cómo los discípulos “tenían miedo” y “estaban asombrados”, situación frente a la cual Jesús “conoce el estado de ánimo de los que lo siguen, y esto no lo deja indiferente”. Cristo “no abandona jamás a sus amigos, no los olvida”, y “todo lo que hace, lo hace por nosotros, por nuestra salvación”.

También ha relatado cómo el pasaje bíblico muestra a Jesús comunicando el “tercer anuncio de su pasión, muerte y resurrección” a los apóstoles, cuyo corazón “estaba turbado”: Este es, apunta, “el camino del Hijo de Dios”, del “Siervo del Señor”, con el que se identifica “hasta el punto de que Él mismo es este camino” y “no hay otro”.

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El “otro camino”

El Pontífice ha esclarecido el “golpe de efecto” que hace posible que Jesús pueda revelar su destino a los apóstoles: Santiago y Juan. Estos se acercan a Él para expresarle su deseo de sentarse en su gloria, “uno a tu derecha y otro a tu izquierda”.

El Obispo de Roma sostiene que esta actitud se trata de “otro camino”, no el de Jesús, sino el de alguien que utiliza al Señor para “promoverse a sí mismo” y “busca su propio interés, no el de Cristo”. Una actitud parecida a la del resto de apóstoles, pues “todos estaban tentados de salirse del camino”.

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Estar “vigilantes”

El Sucesor de Pedro ha manifestado la necesidad de “estar vigilantes” para seguir a Cristo, pues “con el cuerpo podemos estar con Él, pero nuestro corazón puede estar lejos y llevarnos fuera del camino”.

Para ilustrar esto ha invitado a pensar en “tantos tipos de corrupción en la vida sacerdotal”: “el rojo púrpura del hábito cardenalicio, que es el color de la sangre, se puede convertir, por el espíritu mundano, en el de una distinción eminente, y ya no serás más el pastor cercano a la gente. Sentirás que eres sólo la eminencia. Cuando sientas eso, estarás fuera del camino”.

Del mismo modo ha aclarado los “dos recorridos opuestos” descritos por san Marcos, el del Maestro y el de sus discípulos, un “contraste” que Jesús “conoce” y “soporta”: “Puede salvar a sus amigos desorientados y con el riesgo de perderse; sólo su cruz y su resurrección. Por ellos y por todos, Él subió a Jerusalén. Por ellos y por todos, entregó su cuerpo y derramó su sangre. Por ellos y por todos, resucitó de entre los muertos, y con el don del Espíritu los perdonó y los transformó. Finalmente, los orientó para que lo siguieran en su camino”.

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El Papa Francisco ha finalizado su homilía declarando que él mismo y los cardenales deben reflejarse “siempre en esta Palabra de verdad”, que es una “espada afilada” que “nos corta, es dolorosa, pero al mismo tiempo nos cura, nos libera, nos convierte”. “Conversión”, concluye, “es justamente esto: desde fuera del camino, volver al camino de Dios”.

A continuación, la homilía completa del Pontífice.

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Homilía del Santo Padre

Jesús y los discípulos estaban en el camino, iban de camino. El camino. El camino es el lugar donde se realiza la escena que describe el evangelista Marcos (cf. 10, 32-45). Y es el lugar donde se desarrolla siempre la trayectoria de la Iglesia: el camino de la vida, de la historia, que es historia de salvación en la medida en que se hace con Cristo, orientado a su Misterio pascual. Jerusalén siempre está ante nosotros. La cruz y la resurrección pertenecen a nuestra historia, son nuestro presente, pero también son la meta de nuestro camino.

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Este relato evangélico ha estado presente con frecuencia en los consistorios para la creación de nuevos cardenales. No es sólo un “trasfondo”, sino la “hoja de ruta” para nosotros que estamos hoy en camino con Jesús, que va delante de nosotros. Él es la fuerza y el sentido de nuestra vida y de nuestro ministerio.

Por tanto, queridos hermanos, hoy nos toca a nosotros confrontarnos con esta Palabra.

Marcos subraya que, en el camino, los discípulos “estaban asombrados […] tenían miedo” (v. 32). Pero ¿por qué? Porque sabían lo que les esperaba en Jerusalén; lo intuían, es más, lo sabían, porque Jesús ya les había hablado abiertamente en otras ocasiones. El Señor conoce el estado de ánimo de los que lo siguen, y esto no lo deja indiferente. Jesús no abandona jamás a sus amigos; no los olvida nunca. Aun cuando parece que vaya derecho por su camino, Él siempre lo hace por nosotros. Y todo lo que hace, lo hace por nosotros, por nuestra salvación. Y, en el caso específico de los Doce, lo hace para prepararlos a la prueba, para que puedan estar con Él, ahora, y sobre todo después, cuando Él no esté más con ellos. Para que estén siempre con Él en su camino.

Sabiendo que el corazón de los discípulos estaba turbado, Jesús llamó aparte a los Doce y, “otra vez”, les dijo “lo que le iba a suceder” (v. 32). Lo hemos escuchado: es el tercer anuncio de su pasión, muerte y resurrección. Este es el camino del Hijo de Dios. El camino del Siervo del Señor. Jesús se identifica con este camino, hasta el punto de que Él mismo es este camino. “Yo soy el camino” (Jn 14,6). Este camino, y ningún otro.

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Y en este momento sucedió un “golpe de efecto” que trastocó e hizo posible que Jesús pudiera revelarles a Santiago y a Juan —pero en realidad a todos los Apóstoles y a todos nosotros— el destino que les esperaba. Imaginemos la escena: Jesús, después de haberles explicado nuevamente lo que le iba a suceder en Jerusalén, miró a los Doce, fijó en ellos sus ojos, como diciendo: “¿Está claro?”. Después retomó el camino, a la cabeza del grupo, y del grupo se separaron dos: Santiago y Juan. Se acercaron a Jesús y le expresaron su deseo: “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda” (v. 37). Y este es otro camino. No es el camino de Jesús, es otro. Es el camino de quien, quizás, sin ni siquiera darse cuenta, “usa” al Señor para promoverse a sí mismo; de quien —como dice san Pablo— busca su propio interés, no el de Cristo (cf. Flp 2,21). Sobre esto, san Agustín tiene un estupendo Sermón sobre los pastores (n. 46), que siempre nos hace bien releer en el Oficio de Lecturas.

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Jesús, después de haber escuchado a Santiago y Juan, no se alteró, no se enojó. Su paciencia fue verdaderamente infinita. También con nosotros tuvo, tiene y tendrá paciencia. Y les respondió: “No sabéis lo que pedís” (v. 38). Los disculpó, en cierto sentido, pero al mismo tiempo también los acusó: “Ustedes no se dan cuenta de que se salieron del camino”. En efecto, inmediatamente después fueron los otros diez apóstoles los que demostraron, con su actitud de indignación hacia los hijos de Zebedeo, que todos estaban tentados de salirse del camino.

Queridos hermanos: Todos nosotros queremos a Jesús, todos deseamos seguirlo, pero tenemos que estar siempre vigilantes para permanecer en su camino. Porque con los pies, con el cuerpo podemos estar con Él, pero nuestro corazón puede estar lejos y llevarnos fuera del camino. Pensemos en los muchos tipos de corrupción en la vida sacerdotal. Así, por ejemplo, el rojo púrpura del hábito cardenalicio, que es el color de la sangre, se puede convertir, por el espíritu mundano, en el de una distinción eminente. Y tú ya no serás el pastor cercano al pueblo, sentirás que eres sólo “la eminencia”. Cuando sientas esto, estarás fuera del camino.

En este relato evangélico, lo que siempre sorprende es el claro contraste entre Jesús y los discípulos. Jesús lo sabe, lo conoce, y lo soporta. Pero el contraste permanece: Él en el camino, ellos fuera del camino. Dos recorridos opuestos. Sólo el Señor, en realidad, puede salvar a sus amigos desorientados y con el riesgo de perderse; sólo su cruz y su resurrección. Por ellos y por todos, Él subió a Jerusalén. Por ellos y por todos, entregó su cuerpo y derramó su sangre. Por ellos y por todos, resucitó de entre los muertos, y con el don del Espíritu los perdonó y los transformó. Finalmente, los orientó para que lo siguieran en su camino.

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San Marcos —como también Mateo y Lucas— agregó este relato en su Evangelio porque es una Palabra que salva, una Palabra necesaria para la Iglesia de todos los tiempos. Aun cuando los Doce hacen un mal papel, este texto entró en el Canon porque muestra la verdad sobre Jesús y sobre nosotros. Es una Palabra beneficiosa también para nosotros hoy. También nosotros, Papa y cardenales, tenemos que reflejarnos siempre en esta Palabra de verdad. Es una espada afilada, nos corta, es dolorosa, pero al mismo tiempo nos cura, nos libera, nos convierte. Conversión es justamente esto: desde fuera del camino, volver al camino de Dios.

Que el Espíritu Santo nos conceda, hoy y siempre, esta gracia.