Fomentar la amistad.

Educar la amistad en niños y jóvenes es cosa necesaria y muy valiosa. Para ello es preciso el ejemplo de los padres, profesores y de todos aquellos, que a través de sus relaciones personales y de los medios de comunicación, influyen en la vida y valores de las personas. Cultivar la amistad, tener en gran aprecio el valor de la amistad es imprescindible, ya que los valores que la sustentan son necesarios para la felicidad personal y la paz familiar y social.

Pero este ambicioso objetivo requiere haber superado toda la práctica superficial y por tanto, incoherente de la vida social, que llama amigos a quienes no son más que conocidos, compañeros o cómplices, porque nos acompañan en alguna de nuestras actividades. Suelen ser relaciones personales basadas en el interés, la influencia, el pasar un rato agradable y divertido con los “amigos”, lograr evadirse de las preocupaciones habituales, etc. Estas relaciones superficiales y, en consecuencia, con índices de compromiso prácticamente inexistentes, sirven para que niños y jóvenes de ambos sexos se desilusionen respecto a la amistad, que se “ve” como relaciones “instrumentalizadas” carente de la verdadera y generosa amistad.

Ser amigo es querer el bien para el amigo. En primer lugar, querer su libertad responsable, porque ello es característica esencial de su ser personal. En segundo lugar, querer para él otros bienes que le mejoren. Y así, podrá existir una “colaboración vital”. Es decir una ayuda mutua en orden al pleno desarrollo del ser. El que es feliz necesita comunicar su felicidad al amigo, y el que está triste, necesita del amigo para que le consuele en su aflicción. Para poder ser felices necesitamos ser amigos y tener amigos.

La amistad ha de ser mutua. Los amigos son mutuos amigos. En cuanto uno deja de serlo la amistad se enfría, se rompe. “Querer bien” es querer el bien, lo bueno, para el amigo. Si no existe reciprocidad no hay verdadera amistad.

En todas las modalidades de amor y por lo tanto, en la amistad, es necesario que exista prioridad en el dar que en el recibir, aunque hemos de desarrollar ambas capacidades para crecer en amistad. Por eso conviene, para no engañarse, pensar en cómo soy amigo de mis amigos, como vivo la amistad cada día.

La amistad no sólo es afecto, es sobre todo, realización real y frecuente de actos mutuos libres que llevan a entregar al amigo los bienes materiales, intelectuales y espirituales que precisa para alcanzar su mejora personal y, en consecuencia, su paz y felicidad. Ser amigo es comportarse como persona. Esto es, conducirse como un ser de aportaciones. ¿Qué puedo aportar yo que sea un bien para un amigo mío? En esta pregunta está implícito el respeto: “no perjudicarle; no dejar de beneficiarle”. No decir y no hacer aquello que sea –o pueda ser- perjudicial para el amigo. Decir y hacer aquello que pueda beneficiarle.

Este servicio de ayuda a la mejora personal debemos realizarlo a todo ser humano con que nos relacionamos, ya sea familiar, vecino, compañero, conocido etc. Sin embargo es a un amigo a quien se debe y puede ayudar más y mejor porque existe entre ambos “afinidad espiritual”, que hace posible una especial comunicación y una más fácil aceptación agradecida de las ayudas de mejora y de todos los bienes recibidos y prestados. (Continuara…)