Autonomía para servir

Hemos nacido para amar y el amor se demuestra sirviendo por eso, cada día pensar  y preguntarnos ¿A quién puedo servir hoy, en qué y cómo? Y para ello, hemos de tener conciencia de que tenemos que servir y fomentar en nosotros mismos, la rebeldía de querer servir libremente, porque nos da la gana, como la mejor manera de mejorar nosotros y hacer este mundo, nuestro mundo mejor y así ser felices. Hemos de cumplir con nuestro deber alegre y deportivamente. Ser autonomos para poder ayudar y servir. Concretando primero por qué debermos hacer, cada uno de los deberes que nos planteamos y después, estimulándonos a cumplir con alegría, sin pereza, sin retrasos, con delicadeza y hasta el más mínimo detalle, cada tarea encomendada libre y gozosamente asumida por nosotros. ¿Por qué?… Porque gozamos de autonomía para servir.

Hemos de contagiarnos unos a otros. Ya que es imposible colaborar en ese proceso de gradual responsabilización sin vivirlo uno mismo. Educamos (educarse es mejorar) nuestra personal responsabilidad, dando ejemplo y mostrándonos a nosotros y a otros, los ejemplos de otras personas que actualmente viven en y con responsabilidad sus trabajos. También fijándonos en los ejemplos de otras personas importantes del pasado. Importantes (aclaro) por lo menos, para nosotros, como lo fueron familiares antepasados nuestros, que gracias a su generosidad y esfuerzo, podemos hoy disfrutar de recursos que ellos no tuvieron.

La educación de la responsabilidad, es lo más paciente del quehacer de los que nos llamamos educadores. Hay que saber plantear zonas de responsabilidad diferentes, sin tratar de negociar reducciones de responsabilidad, a cambio de querer estimular con ello, el que se centren en áreas que nosotros consideramos primordiales. Esos reduccionismos dejan amplios espacios a la pereza y se convierten en general en contraproducentes. Polarizarse en los éxitos académicos o en la práctica de cualquier otro reduccionismo es un error. Si no existen razones especiales que lo justifiquen todos somos responsables de realizar adecuadamente las tareas que nos corresponden según nuestra edad, condición y circunstancia.

El ser humano, en cada una de las esferas de la vida, a lo largo de las diversas etapas de su existencia, tiene más o menos oportunidades de autonomía y de responsabilidad. Su libertad crece en la medida en que aprovecha bien estas oportunidades y, en su intimidad, llega a ser más autónomo y más responsable.

Una forma de autonomía que se opone a la pasividad es la capacidad de iniciativa, que consiste en iniciar algo nuevo en orden al pensamiento o a la acción. La posibilidad de pensar de forma original (por lo menos para el que plantea el pensamiento) o de actuar por propia iniciativa es también importante. No atreverse a tener pensamientos innovadores o no ser capaz de actuar por su propia cuenta; un ser que solo piensa o actúa si es obligado a ello y sólo en cuanto se le dice que tiene que hacer y cómo ha de realizarlo es sin duda una persona pasiva y por tanto fácil de manipular.

Afortunadamente, no existen seres humanos absolutamente pasivos. Si se diera esta circunstancia no habría posibilidad de educación porque la educación consiste en la mejora de la persona humana. Sin embargo en cada persona hay “zonas de pasividad” y “centros de interés”. Forma parte de la acción educativa ayudar a descubrir lo uno y lo otro, con el fin de superar la pasividad en “sectores estratégicos” de la vida humana.

Si partimos de lo que interesa, podremos impulsar nuestra vida para alcanzar aquello que nos atrae, así, se convertirá el interés en objetivos y nos esforzaremos, a través de nuestra mejora personal, en medios para poder alcanzarlos. De otra parte, lo mismo sucederá, al poder concretar nuestra colaboración, para que otras personas alcancen, si se dejan ayudar, los objetivos que se hayan propuesto.

Es importante el desarrollo intencional de la capacidad de iniciativa, porque sin esa capacidad, la libertad no puede darse. “En efecto, no cabe que un ser sea libre, en forma alguna, si no tiene ningún poder o facultad de protagonizar sus propios actos o, dicho de otra manera, de comportarse realmente como efectivo origen de ellos” (Millán Puelles).