Europa ante su gran desafío: resolución o irrelevancia

En momentos de zozobra, la Unión Europea no mira hacia adelante, sino que gira la cabeza sistemáticamente hacia el pasado. La Unión ha contribuido a siete décadas de paz, de prosperidad económica, ha eliminado fronteras, pero a pesar de todo se sigue hablando de ella como un «proyecto», como algo siempre insuficiente y en construcción, cuya legitimidad deriva no de lo logrado, sino de lo que algún día pueda conseguir. Por eso, cuando se tambalea y recibe ataques por su falta de reacción, de mecanismos, de eficacia, se refugia no en lo que es, sino en lo que podría haber ocurrido sin ella. Las ucronías, sin embargo, no emocionan y son mucho más difíciles de rentabilizar que las victorias.

Las primeras semanas de coronavirus han dejado un balance muy negativo. La sensación de descoordinación, de insolidaridad y egoísmo entre socios es abrumadora. La pérdida de credibilidad, de confianza, también. Aunque hay unanimidad en considerar esta pandemia como algo temporal, de efectos sanitarios y económicos terribles pero concentrados, las consecuencias en términos institucionales pueden ser demoledoras, y más en un entorno de creciente escepticismo y descreimiento.

Italia, una vez más, se siente abandonada, aislada y repudiada. Sus colegas en vez de ayudar han cancelado vuelos y emitido decretos para impedir la exportación del material médico esencial. La imagen de China haciendo donaciones y proporcionando mascarillas y ventiladores, llenando el vacío, es una puñalada en el corazón de una Europa que quiere ser actor global. Si, como sostenía Monnet, «una transferencia de poder a instituciones comunes, un gobierno de mayorías y un enfoque común para encontrar solución a los problemas son la única respuesta en nuestro actual estado de crisis», un fracaso ahora es o bien inaceptable o puede acabar siendo inasumible.

La sensación en Bruselas, sin embargo, parece ser otra. Sin minusvalorar exactamente la situación, evocan lo que pasó en 2008 y 2012 en la economía, 2015 en las fronteras y en 2016 con los atentados. Con síntomas parecidos, caos y miedo, pero con la vuelta paulatina a la normalidad. Consideran que la UE es un tentetieso que recibe palos por todas partes, pero al final siempre se levanta y avanza en sus horas más bajas.

La UE no tiene competencias sobre Sanidad, pero sabe que la culpa por la falta de entendimiento se la llevará de todos modos. La presidenta Von der Leyen recalcó el viernes que «las prohibiciones generales de viajes no son la mejor forma de contener el virus» y que «todas las medidas deben ser proporcionales», pero horas después hasta media docena de países anunciaron el cierre temporal y unilateral de sus fronteras.

No es novedad. La UE es algo lejano para la ciudadanía, difícil de comprender. Los gobiernos nacionales se apropian de sus éxitos y exportan los fracasos. Nada, prácticamente nada, se hace en la Unión sin el consentimiento de las capitales, que tienen la última palabra en todo lo importante. Pero a menudo usan a las instituciones para camuflar la falta de ambición, de cintura o de voluntad para tomar decisiones.

Pero esa sensación de déjà vu puede generar un exceso de relajación. Puede llevar a pensar que estamos ante una nueva ola de la misma marejada de siempre, y eso no tiene por qué ser así. La UE está atrapada en una ‘trampa Monnet’, aferrándose a esa afirmación del político galo de que «Europa se forjará en crisis y será la suma de las soluciones adoptada para esas crisis». Si eso, con muchos matices, fue verdad antaño, ya no lo es.

LAS CRISIS SE APILAN E INFECTAN

Hace tiempo que las crisis no se resuelven y que Europa no crece sobre pilares reforzados. Las crisis se apilan, se infectan y supuran. La de Grecia, que dejó al país hundido y todavía sin recuperar. Las imágenes que llegan cada día desde los campos de Moria, Lesbos o de la frontera con Turquía son un recordatorio constante.

Está la crisis política por la llegada de refugiados, inevitablemente ligada a la anterior. En 2015, el flujo de demandantes de asilo estuvo a punto de hacer saltar por los aires el espacio de libre circulación. Polonia, República Checa, Dinamarca, Eslovaquia, Letonia o Chipre han impuesto, unilateralmente y contra el consejo de Bruselas, controles fronterizos, incluyendo a los ciudadanos comunitarios. Alemania también se ha sumado. Schengen vuelve a estar en la picota y el Mercado Único, también.

Pero hay más. El Brexit, herida profunda de 2016 que está todavía lejos de cerrarse. El auge escéptico, eurófobo y radical. Y desde luego, la crisis económica que puso al euro contra las cuerdas y cuyos ecos resuenan hoy con fuerza, a pesar de tantos años seguidos de crecimiento y recuperación. Los gobiernos han tenido tiempo más que suficiente para terminar el diseño institucional y la arquitectura institucional de una Eurozona mucho más segura y preparada, y no lo han hecho. No hay excusas para la complacencia, parsimonia y falta de compromiso que ha caracterizado el pasado lustro y medio. Improvisar o acelerar únicamente en medio de una recesión o un shock es inexplicable e imperdonable.

La pandemia del coronavirus ha cogido a la UE con las defensas bajas. Un liderazgo institucional nuevo, dubitativo y que en los primeros compases ha fracasado. A la hora de comprender el alcance de lo que está en juego y de impulsar soluciones comunes. De mantener unidas a las capitales cuando la tentación introspectiva desata los instintos más egoístas. Líderes, funcionarios y diplomáticos, acostumbrados a mantener la sangre fría cuando los demás pierden los nervios, están sin embargo fiando demasiado a la historia y la fe.

Esta misma semana, en el Coreper, los embajadores de la UE discutían sobre un documento de conclusiones para el Consejo Europeo de dentro de dos semanas hablando de temas digitales y otras cuestiones que consideran más importantes a largo plazo, pues al final, sostenían, la pandemia es una cosa ad hoc. Todo ante la indignación e impotencia de diplomáticos como el italiano, que les reprochaba vivir en un burbuja.

¿Cómo se puede abroncar a Donald Trump por restringir los viajes de europeos si horas después hay una cascada de decisiones calcadas en la Unión? ¿Cómo se puede aspirar a ser un actor principal en el tablero mundial sin cuidar la espalda de tus miembros más afectados? Da la impresión de que algunos líderes están más preocupados por la idea de pertenencia al club que por las reglas, los valores y sus integrantes.

La Comisión ha reprochado a Francia o Alemania las decisiones de prohibir las exportaciones de material médico esencial a socios en situación de emergencia, forzando cambios. Pero muy tarde y con miedo a hacerlo en voz muy alta. Ha pedido programas de gasto y flexibilizado los criterios de cómputo del déficit, pero no de forma coordinada y evitando a toda costa la palabra «estímulo».

SIN MEDIDAS COMUNES

No ha habido medidas simultáneas o parecidas a nivel médicos entre países, y las que se han adoptado han sido tarde. No ha habido ni hay un protocolo común. Ni ofertas de enviar médicos o enfermeros a quien lo necesitaba, como sí se hizo con guardias de frontera en otras causas. La Comisión no ha empezado a comprar material propio hasta mediados de marzo y los líderes sólo han hablado, a 27, una vez por teleconferencia. No importa de quién sea la culpa última, lo que importa es el resultado. O la falta del mismo.

Una pandemia, al igual que el desafío del cambio climático, son los ejemplos perfectos de lo que para Monnet era la raison d’etre comunitaria: «necesitamos una Europa para lo que es esencial… una Europa para lo que las naciones no pueden hacer por sí solas«. Hace medio siglo avisó sobre la necesidad de que las instituciones fueran «tan transparentes como un edificio de cristal», y la imagen que queda esta semana es precisamente esa, por desgracia. No por la diafanidad, sino por la fragilidad.

En los próximos días, la UE, los Estados miembro y las instituciones, se juegan una vez más su reputación. «La lección es clara, no puede olvidarse. Está grabada en el alma de los pueblos, pero tarda en llegar a los centros de la voluntad, pues tiene que salvar las barreras que la inercia opone al movimiento», lamentaba Monnet. Este invierno se ha perdido tiempo, pero hay margen de reacción. Del tono de los próximos días, de la altura de miras y el liderazgo, dependerá todo. Si no se romper las inercias y olvidan las pulsiones individuales, pronto puede quedar menos que defender.

En sus ‘Memorias’, el que fuera primer responsable de la CECA y uno de los ‘padres fundadores’ recuerda la máxima que el senador norteamericano Dwight Morrow solía repetirle: «Hay dos clases de personas: los que quieren ser alguien y los que quieren hacer algo«. Europa, para seguir siendo alguien, tiene que hacer algo, hacerlo bien y rápido. No hay alternativa.