Educar en la Fe V: El Sacramento de la Confirmación

La Confirmación es un sacramento instituido por Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, para darnos el Espíritu Santo, confirmarnos en la fe y hacernos perfectos cristianos. En efecto, Jesús durante la última cena anunció a sus Apóstoles que les enviaría el Espíritu Santo. Luego, en la tarde del día de la resurrección se les apareció, dirigió el aliento hacia ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo (Jn XX, 22). Y el día de Pentecostés fueron todos confirmados de modo extraordinario y poco después empezaron ellos mismos a confirmar a los nuevos cristianos.

En la Antigua Alianza, los profetas anunciaron que el Espíritu del Señor reposaría sobre el Mesías esperado y sobre todo el pueblo mesiánico. Toda la vida y la misión de Jesús se desarrollan en una total comunión con el Espíritu Santo. Los apóstoles reciben el Espíritu Santo En Pentecostés y anuncian las maravillas de Dios. (Hch 2,11). Comunican a los nuevos bautizados, mediante la imposición de las manos, el don del mismo Espíritu. A lo largo de los siglos, la Iglesia ha seguido viviendo del Espíritu y comunicándolo a sus hijos.

La Confirmación refuerza la gracia que recibimos en el Bautismo, nos une más firmemente a Jesús, aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo, que son: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios, y hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia. Además, nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y dar testimonio de la fe. Este sacramento recibe el nombre de confirmación porque lleva a plenitud la gracia bautismal, y también se llama Crismación, porque el rito esencial de este Sacramento es la unción con el Santo Crisma (en las Iglesias Orientales, unción con el Santo Myron). La confirmación, igual que el bautismo y el orden sagrado, imprime en el alma un carácter indeleble y no puede repetirse.

La materia de este Sacramento es la unción con el Santo Crisma que el obispo, o un delegado suyo, hace sobre la frente de quien recibe el sacramento, al mismo tiempo que extiende la mano sobre él. La forma son las palabras que dice el ministro: Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo. El rito esencial de la confirmación es la unción con el Santo Crisma: aceite de oliva mezclado con perfumes, consagrado por el obispo, Hay dos formas de conferir la confirmación. En Occidente la unción se hace sobre la frente del bautizado con estas palabras: En las Iglesias Orientales la unción se hace también en otras partes del cuerpo, con la fórmula: Sello del don del Espíritu Santo.

El sacramento de la confirmación puede y debe recibirlo aquel que ya ha sido bautizado. Para recibirlo con fruto hay que esta en gracia de Dios. Si es un adulto debe saber los misterios principales de nuestra fe y acercarse a él con reverencia y devoción. El ministro originario de la confirmación es el obispo: se manifiesta así el vínculo del confirmando con la Iglesia en su dimensión apostólica. Cuando el sacramento es administrado por un presbítero, como sucede ordinariamente en Oriente y en casos particulares en Occidente, es el mismo presbítero, colaborador del obispo, y el Santo Crisma, consagrado por éste, quienes expresan el vínculo del confirmado con el obispo y con la Iglesia.

El confirmado ha de estar dispuesto para sufrir las afrentas y trabajos por amor a Jesús. Si estamos obligados a cumplir las promesas del bautismo, con mayor razón después de renovar y confirmar solemnemente nuestro juramento de fidelidad en la confirmación. Mediante la confirmación el cristiano queda revestido con la luz y la fortaleza del Espíritu Santo, y con tales gracias puede cumplir su misión de conquistador de las almas y defensor del Reino de Dios.