Getafe 0 – 3 Real Madrid

Bordalás ha conseguido que el nombre del estadio del Getafe, Coliseum, deje de sonar grandilocuente. Realmente, algo del sufrimiento del gladiador exige ese campo. Su presión es insolente, empieza muy arriba (¡inconstitucionalmente arriba!) y es incansable. Te busca con Arambarri y te espera con Djené. Es una cosa seria.

Ante el panorama, Zidane salía con Isco y Modric, es decir, tocón, meditativo, cuidadoso. El partido era además el primero tras la Navidad (el Madrid es muy sensible a toda secuela, víspera y riesgo de afectación) y se jugaba a la peligrosísima hora de la modorra vespertina, con todo el riesgo de acabar convirtiéndose el en un telefilm alemán.

A la presión altísima del Getafe el Madrid respondió con los naturales aprietos. Agobios para pasar de su campo hasta casi el cuarto de hora y balones largos como aceptación de pequeñas derrotas en la composición. El Getafe desarrollaba ese juego de autor, unitario, moldeado y con carácter que hace al entrenador enorgullecerse en la banda como un padre en el parque ante las evoluciones de su hijo.

El partido y el balón adquirían la naturaleza ingobernable, debatida y nerviosa de todo partido firmado por Bordalás. Parecía todo fiado a un largo plazo y el Madrid, pese a los apuros, mostraba poso y cierta solidez; las carreras de Mendy eran su primer recurso en el «espacio largo» (con perdón por esta expresión un poco lillesca).

El partido era más del Getafe y por eso el primer tiro (minuto 24) fue suyo, una gran volea de Arambarri tras un rechace (casi todo lo produjo así el Getafe, por derivación, especializado como está en esa especie de charcutería del gol que es la segunda jugada) lo que exigió una gran parada de Courtois.

Cuando el madridismo ya pensaba en la posibilidad de un tercer 0-0 consecutivo, llegó el gol. Vino tras un balón parado, como casi era inevitable, un centro diestro de Mendy y un misterioso remate de Varane ayudado por la salida a lo Superlópez, nefasta, de Soria, autor final del autogol. Desde el punto de vista del Madrid, ese gol era de una eficiencia de regadío israelí. Un único semirremate en 34 minutos y otro gol fuera de casa provocado por un defensa, gran recurso goleador del Madrid.

En relación con esto hay algo curioso. Se sigue elogiando a Benzema con pasión, pero a la vez se reconoce que el Madrid no tiene gol suficiente. Entendiendo que la culpa no es de Benzema, ¿qué hacer? ¿Cómo resolverlo? ¿No debería pasar la solución por recomponer la delantera de alguna forma y, por tanto, el sitio e importancia del nueve? Lo paradójico es que cuanto más necesaria parece esta reforma del ataque, más importante e intocable es Benzema.

Mientras eso se sustancia (si se sustancia, pues es un no-debate del madridismo sofocado con merecidos elogios al francés) y mientras llegan los goles del mediocampo, van ayudando los defensas.

El Getafe apretó hasta el descanso. Fajr en el 43 y Cabrera en el 45, los dos después de rechace o balón parado, y los dos con la firme respuesta de Courtois, ya para entonces, junto a Varane, el mejor del Madrid.

La segunda parte comenzó con una confirmación de Varane, que quería su gol. En el 52, balón parado sacado por Kroos con la delicadeza habitual, y remate indudable del defensa para el 0-2.

Bordalás reaccionó reuniendo a su tridente con Molina, pero ¿qué historia le podía quedar ya al partido?

Poca, el Madrid jugó mejor, evitó errores, pases tontos, pérdidas y despistes, y además le aparecieron los espacios para las «contras». Bale pudo marcar en el 65, pero paró Soria, redimido en la segunda parte a costa de quitarle algún gol al galés.

Tras un intervalo dudoso en el que se temió por la rodilla de Mendy, Zidane sacó juventud, Valverde y Vinicius, con minutos y espacio para probarse.

El Getafe ya no creó peligro en ese tramo. Otro partido con la puerta a cero para el Madrid, mérito y gran esperanza liguera, gran argumento blanco para este año. Militao estuvo bien al lado de un caciquil Varane, y consiguió que no se echara de menos de manera alarmante a Ramos.

Zidane le dio a Jovic diez minutos y lo mejor que hizo fue un pase claro a Vinicius, cuyo control pezuñero arruinó, otra vez, sus posibilidades ante el gol para la rechifla -en sí misma resignada- del respetable.

Ni Vinicius, ni Jovic; el que aprovechó los espacios a las espaldas de Djené fue Valverde, cuyo torrencial contragolpe acabó en gol de Modric en el 96. Se acababa ahí la primera vuelta del Madrid con Valverde como gran logro y saldo más optimista, y un nuevo vigor defensivo (o vigorosidad, como diría Pedro Sánchez) apuntalado en Courtois.