Papa Francisco: Comunicar “como testigos de Cristo”

Queridos hermanos y hermanas,

Tengo un discurso que leer…., no es tan largo, son siete páginas…, pero estoy seguro de que después de  la primera la mayoría se dormirá, y no podré comunicar. Creo que lo que quiero decir en este discurso se entenderá bien con la lectura, con la reflexión. Por esta razón, doy este discurso al Dr. Ruffini, a quien agradezco las palabras que me ha dirigido, para que os lo de a todos. Y me permito hablar un poco espontáneamente, con vosotros para decir lo que tengo en mi corazón sobre la comunicación. Al menos creo que no habrá muchos que se queden dormidos, ¡y podemos comunicarnos mejor!

Gracias por vuestro trabajo, gracias por este dicasterio tan numeroso… Le pregunté al Prefecto: “Pero… ¿todos trabajan?” – Sí”, – me ha dicho- para evitar esa famosa anécdota…. [Un día le preguntaron al Papa Juan XXIII: “¿Cuántos trabajan en el Vaticano?” y él respondió: “Cerca de la mitad”]. Todos trabajan, y trabajan en esta actitud que expresa el deseo de Dios: comunicarse a sí mismo, en lo que los teólogos llaman la pericoresis: se comunica dentro de Sí mismo, y  se comunica con nosotros. Este es el comienzo de la comunicación: no es un trabajo de oficina, como la publicidad, por ejemplo. Comunicar es precisamente tomar del Ser de Dios y tener la misma actitud; no poder permanecer solo: la necesidad de comunicar lo que tengo y creo que es lo verdadero, lo justo, lo bueno y lo bello. Comunicarse. Y vosotros sois especialistas de comunicación, sois técnicos de comunicación. No debemos olvidar esto. Se comunica con el alma y el cuerpo; se comunica con la mente, el corazón, las manos; se comunicas con todo. El verdadero comunicador lo da todo, se entrega totalmente – como decimos en mi tierra: “pone toda la carne en el asador”, todo, no escatima para sí mismo. Y es verdad que la mayor comunicación es el amor: en el amor está la plenitud de la comunicación: el amor a Dios y entre nosotros.

Pero, ¿cómo debe ser la comunicación? Una de las cosas que no debéis hacer es publicidad, sólo publicidad. No debéis hacer como las empresas humanas que intentan tener más gente… En una palabra técnica: no tenéis que hacer proselitismo. Me gustaría que nuestra comunicación fuera cristiana y no un factor de proselitismo. No es cristiano hacer proselitismo. Benedicto XVI lo dijo muy claramente: “La Iglesia no crece por proselitismo, sino por  atracción”, es decir, por el testimonio. Y nuestra comunicación debe ser testimonio. Si queréis comunicar más o menos una verdad, sin la bondad ni la belleza, deteneos,  no lo hagáis. Si queréis comunicar una verdad más o menos, pero sin involucraros, sin dar testimonio de esa verdad con vuestra propia vida, con vuestra propia carne, parad, no lo hagáis. Siempre está la firma del testimonio en cada una de las cosas que hacemos. Testigos. Cristianos significa testigos, “mártires”. Esta es la dimensión “mártir” de nuestra vocación: ser testigos. Esto es lo primero que me gustaría deciros.

Otra cosa es una cierta resignación, que tan a menudo entra en los corazones de los cristianos. Vemos el mundo….: es un mundo pagano, y esto no es una novedad. El “mundo” siempre ha sido un símbolo de la mentalidad pagana. Jesús pide al Padre, en la Última Cena, que proteja a sus discípulos para que no caigan en el mundo y en la mundanidad (cf. Jn 17, 12-19). El clima de mundanidad no es algo nuevo del siglo XXI. Siempre ha sido un peligro, siempre ha habido tentación, siempre ha sido el enemigo: la mundanidad. “Padre, protégelos para que no caigan en el mundo, para que el mundo no sea más fuerte que ellos. Y muchos, los veo, piensan: “Sí, debemos cerrarnos un poco, ser una iglesia pequeña pero auténtica” – esa palabra que me da alergia: “pequeña pero auténtica”: si algo lo es, no es necesario llamarlo auténtico. Luego volveré a hablar de ello. Esto es un repliegue en uno mismo con la tentación de la resignación. Somos pocos, pero no pocos como los que se defienden porque somos pocos y el enemigo es mayor; pocos como la levadura, pocos como la sal: ¡ésta es la vocación cristiana! No debemos avergonzarnos de ser pocos; y no debemos pensar: “No, la Iglesia del futuro será una Iglesia de los elegidos”: caeremos de nuevo en la herejía de los esenios. Y así se pierde la autenticidad cristiana. Somos una Iglesia de unos pocos, pero como levadura. Jesús lo dijo. Como la sal. La resignación a la derrota cultural –permitidme  llamarlo así- viene del mal espíritu, no de Dios. No es un espíritu cristiano, la queja de la resignación. Esta es la segunda cosa que me gustaría deciros: No tengáis miedo. ¿Somos pocos? Sí, pero con el deseo de “misionar”, de mostrar a los demás quiénes somos. Con el testimonio. Una vez más repito esta frase de San Francisco a sus hermanos, cuando los envía a predicar: “Predicad el Evangelio, y si es necesario, también con palabras”. Es decir, con el testimonio en primer lugar.

Miro a este arzobispo lituano que tengo ante mí y pienso en el emérito de Kaunas, que ahora será nombrado cardenal: ese hombre, ¿cuántos años de prisión pasó? ¡Con su testimonio hizo tanto bien! Con dolor…. Son nuestros mártires, los que dan vida a la Iglesia: no nuestros artistas, no nuestros grandes predicadores, no nuestros custodios de la ” doctrina verdadera e integral “…. No, los mártires. Iglesia de mártires. Y comunicar es esto: comunicar esta gran riqueza que tenemos. Esta es la segunda cosa.

La tercera cosa que tomo de lo que dije antes, que me da un poco de alergia cuando oigo decir: “Esto es una cosa auténticamente cristiana”, “esto es realmente así”. Hemos caído en la cultura de los adjetivos y los adverbios, y hemos olvidado la fuerza de los sustantivos. El comunicador debe hacer que la gente entienda el peso de la realidad de los sustantivos que reflejan la realidad de las personas. Y esta es una misión de comunicación: comunicarse con la realidad, sin endulzar con adjetivos o adverbios. “Esto es una cosa cristiana”: ¿por qué decir auténticamente cristiana? ¡Es cristiana! El mero hecho del sustantivo “cristiano”, “Yo soy de Cristo”, es fuerte: es un sustantivo adjetivado, sí, pero es un sustantivo. Pasar de la cultura del adjetivo a la teología del sustantivo. Y vosotros debéis comunicar de esta manera. “¿Cómo, conoces a esa persona?” – Ah, esa persona es así, así…”: inmediatamente el adjetivo. Primero el adjetivo, quizás, luego, después, cómo es la persona. Esta cultura del adjetivo ha entrado en la Iglesia y nosotros, todos los hermanos, nos olvidamos de ser hermanos para decir que esto es “tan” hermano, es decir, “en el otro sentido” hermano: primero el adjetivo. Vuestra comunicación debe ser austera pero bella: ¡la belleza no es arte rococó, la belleza no necesita estas cosas rococó; la belleza se manifiesta desde el mismo sustantivo, sin fresas en el pastel! Creo que tenemos que aprender esto.

Comunicar con el testimonio, comunicar implicándose en la comunicación, comunicar con los sustantivos de las cosas, comunicar como mártires, es decir, como testigos de Cristo, como mártires. Aprender la lengua de los mártires, que es la lengua de los Apóstoles. ¿Cómo comunicaban los Apóstoles? Leamos esa joya que es el Libro de los Hechos de los Apóstoles, y veremos cómo se comunicaba en aquel tiempo y cómo es la comunicación cristiana.

¡Gracias, muchas gracias! Después tenéis aquel [el discurso escrito] que es más “construido”, porque la base la hicisteis. Pero leedlo, reflexionad. Gracias por lo que hacéis, y seguid adelante con alegría. Comunicar la alegría del Evangelio: esto es lo que el Señor nos pide hoy. Y gracias, gracias por vuestro servicio y gracias por ser el primer Dicasterio encabezado por un laico en mente. ¡Seguid así! Gracias.