La cúpula y barones del PSOE vetan a Pablo Iglesias como ministro

En el mes de mayo de 1981, el presidente socialista François Mitterrand, después de su victoria electoral, firmó un acuerdo con el Partido Comunista Francés para un Gobierno de coalición. Es prácticamente el único ejemplo de coalición de un partido socialdemócrata europeo con una formación situada a su izquierda. Georges Marchais, secretario general del PCF, rehusó ser ministro. Y explicó así sus razones. «El jefe de un partido político no puede estar a las órdenes del jefe de otro partido político». Sentarse en la mesa del Consejo de Ministros con Mitterrand de presidente suponía someterse a la disciplina del líder del Partido Socialista.

Pablo Iglesias, secretario general de Podemos, no tiene el mismo criterio que Marchais, y exige entrar en el Gobierno de Pedro Sánchez como condición para negociar un acuerdo que allane la investidura del socialista. Casi dos meses después de las elecciones generales, la pugna Sánchez-Iglesias es el escollo que mantiene paralizadas las negociaciones PSOEUnidas Podemos. El presidente en funciones no quiere ni atado compartir mesa de Consejo de Ministros con Iglesias y éste insiste en formar parte del futuro Gobierno. Ambos están enrocados en su posición política, mientras todo el mundo aguarda la convocatoria del pleno de investidura, aún sin fecha.

Lejos queda ya la explosión de alegría de la noche del 28-A en la sede del PSOE por los 123 escaños que le dieron la victoria. El calendario avanza, los ayuntamientos de las elecciones del 26-M se han constituido, algunas asambleas de comunidades también y el resto está a punto de hacerlo -hay acuerdos cerrados prácticamente en todas- pero la inquietud y la preocupación se han apoderado del PSOE por las dificultades para la formación del Gobierno de España. «Aquella noche había euforia porque habíamos pasado de 84 escaños a 123 y no había más alternativa que un Gobierno socialista, pero algunos ya nos dimos cuenta de que lo íbamos a tener negro no, lo siguiente, para poder gobernar», asegura un dirigente socialista.

Los izquierdistas de la Ejecutiva del PSOE, los más escépticos a incorporar a Iglesias

Confiado en que «o gobierna el PSOE, o gobierna el PSOE», Sánchez se tomó con calma la investidura y enfocó su actividad a la política europea. A principios de junio, aceptó el encargo del Rey para ir a la investidura, pero no se vislumbran avances en la búsqueda de apoyos. Las rondas de consultas -Sánchez con los líderes de los partidos nacionales y Ábalos y Lastra con los autonómicos e independentistas- no arrojaron frutos concretos.

En todo este tiempo, el líder socialista ha presionado intensamente a Albert Rivera para que se abstenga, ha amenazado con una repetición de elecciones para atemorizar a los partidos vulnerables a perder apoyos y se ha reunido dos veces -que sepamos- con Iglesias para intentar rebajar sus defensas y convencerle de que no es buena idea su empeño de ser ministro. En la presión sobre el líder de Ciudadanos, Sánchez ha contado con mucha ayuda. En las dos últimas semanas, Rivera ha soportado más críticas, reproches y censuras que en los cuatro años que lleva en la política nacional. Hasta Manuel Valls, su gran fichaje, ha acabado por hacerle un roto considerable en su autoridad. Con Rivera no hay nada que hacer. Debilitado y todo, no facilitará la investidura del socialista.

Podemos sigue sin responder a la oferta de Sánchez de cargos de segundo nivel

Tampoco Pablo Casado tiene intención de hacer lo que hizo el PSOE con Rajoy -abstenerse- por lo que a Sánchez sólo le queda un camino: un acuerdo con Unidas Podemos para presentarse en la Cámara con 165 escaños, completarlos con el PNV, el PRC, y Compromís, y aguardar las abstenciones gratis de Bildu y ERC.

La única alternativa a este plan es que Sánchez se presente en el Congreso a cuerpo gentil, sin negociar nada con nadie a la espera de que los votos le caigan por el temor de los partidos a una repetición electoral.

Así llegamos al nudo gordiano del combate Sánchez-Iglesias. Al grito de tensar la cuerda hasta que el otro ceda. Su última reunión, que celebraron en secreto aunque días después salió a la luz, acabó mal. Iglesias salió de La Moncloa igual que entró, sin un compromiso del presidente en funciones de incorporarlo a su futuro Gobierno.

Estas son las razones que dan en el PSOE para la negativa. «Pedro no quiere a Iglesias en el Gobierno por una razón fundamental de desconfianza. Podemos no completa la mayoría absoluta, no garantiza la estabilidad, más bien sería una garantía de inestabilidad en el Gobierno. Habría gestos y numeritos todos los días, sería un elemento de desequilibrio interno y nos dificultaría mucho la negociación con otros partidos de la Cámara con una aritmética diabólica como la que tenemos». Las fuentes añaden que, en caso de dificultades, no sería lo mismo tener que destituir como ministro a Iglesias que a cualquier otro. «Una posible destitución de Iglesias acabaría con ese Gobierno». Otro dirigente socialista es algo más crudo en su descripción. «Iglesias es un alacrán y los alacranes siempre acaban mordiendo».

Es una propuesta reflexionada, es la que se les va a hacer, dicen desde Moncloa

No es un secreto para nadie que las tensas relaciones de estos años del PSOE con Podemos -que intentó quedarse con su electorado- pesan asimismo a la hora de plantear un Gobierno de coalición. Fuentes de la Ejecutiva socialista aseguran que el PSOE está unido como una piña en la desconfianza hacia el líder de Podemos. «Los dirigentes que están más a la izquierda son los más escépticos ante la posibilidad de incorporar a Iglesias al Gobierno. No digamos nada de los barones, como Lambán o García-Page».

La última oferta lanzada -desde Bruselas- por el presidente en funciones y candidato a la investidura para incorporar al segundo nivel de la Administración a dirigentes de Unidas Podemos ni siquiera ha sido respondida por Iglesias. Ni en público, ni en privado. Guarda un silencio de lo más enigmático desde que el lunes 17 se despidió de Sánchez. Fuentes de La Moncloa señalan que esperan una respuesta, aunque tampoco quieren presionar. «Podemos debe valorar una propuesta que está reflexionada y que es la que se les va a hacer. Necesitan su tiempo».

El Gobierno de coalición de Mitterrand con los comunistas franceses acabó tres años después como el rosario de la aurora. El ambicioso programa de reformas económicas y sociales en favor de los trabajadores -aumento del salario mínimo, control de los precios del alquiler, rebaja de la edad de jubilación, más vacaciones, nacionalización de empresas y aumento de impuestos- fue revertido posteriormente. El Partido Comunista francés pasó del 20% de los votos en 1981 al 10% en 1984.