Todos le debían algo a Rubalcaba en el Salón de los Pasos Perdidos

Todos le debían algo. Alli, sentados o de pie, en el Salón de los Pasos Perdidos, flanqueados por los retratos de ilustres políticos del siglo XIX, ante el féretro con los restos mortales de Alfredo Pérez Rubalcaba, conscientes o no, su presencia era el testigo de esa deuda que no se puede pagar (me consta que él no la exigió nunca en vida), pero que está ahí, como una contribución más de sus servicios a España.

Sin duda, al que se le veía más afectado y el que expresó de una manera más lúcida sus sentimientos, fue el presidente del Gobierno, Felipe González Márquez, que resumía la pérdida como la ruptura de una conversación que mantenían: “el sentimiento es el de perder a un amigo y que de repente se interrumpa una conversación que merecía la pena continuar como en los últimos 40 años. La verdad que todo lo demás que diga tiene poca importancia”.

Al expresar que “era el político con más capacidad y más inteligencia de la política española», no hacía sino rendir homenaje a quién estuvo con él en los buenos y malos momentos. Se ha hablado mucho, con justicia, de Alfonso Guerra, como uno de los apoyos fundamentales de González, pero Rubalcaba no lo era menos.

A Guerra se le veía también muy afectado.La súbita desaparición de quien ha compartido tantas cosas con los socialistas de la transición, les ha dejado “tocados”. La “vieja guardia” (Manuel Cháves, Juan Carlos Rodríguez Ibarra….) se movía apesadumbrada por los pasillos del Congreso, que guardan tantos recuerdos del socialismo español.

José Luis Rodríguez Zapatero, al que es tan difícil adivinar los sentimientos por su habitual compostura, parecía llevar la profesión por dentro. El mal llamado “proceso de paz” con ETA, en el que ambos tuvieron que compartir tantas horas, el tremendo “bofetón” de los terroristas con el atentado contra uno de los aparcamientos de la T-4 del aeropuerto de Barajas, que dejaba en evidencia al presidente, fue encajado por Rubalcaba con habilidad y dureza a la vez. Fue un momento difícil y Zapatero contó con el mejor colaborador posible.

Estaban también en el Salón de los Pasos Perdidos los representantes del socialismo vasco que se implicaron en el citado “proceso”, con Patxi López y Rodolfo Ares a la cabeza. Su deuda con Rubalcaba, impagable, pero no es el momento de remover la historia; sin embargo, como define el dicho, “hay que hablar y dejar hablado”, y ambos políticos, con la nunca bien ponderada “colaboración” de Jesús Eguiguren, “Txusito”, dieron más trabajo al político fallecido que el conjunto de los miembros del Cuerpo Nacional de Policía y la Guardia Civil juntos.

En el Salón, se vivía un ambiente de tristeza profunda de los antiguos socialistas compartida con la sobrevenida de los nuevos. Como anécdota, hay que subrayar los reflejos demostrados por el presiente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, cuando una persona se paró ante el féretro de Rubalcaba y empezó a exclamar que quería hablar con el jefe del Ejecutivo o con el CNI. Saltándose todos los protocolos de seguridad, Sánchez se levantó, le cogió por un brazo y se lo llevó al Salón de Ministros. De esta manera, un incidente que podía haber ido a más, se quedó en nada. De justicia es reconocer la inteligente reacción del Presidente.

Hubo ausencias, algunas un tanto inexplicables, pero cada uno es dueño de sus actos y de sus palabras.

A destacar la presencia de altos mandos de la Guardia Civil y del Cuerpo Nacional de Policía, que despidieron el féretro de Rubalcaba en primera posición del saludo durante varios minutos, mientras el público congregado en la Carrera de San Jerónimo no cesaba de aplaudir. Entre los representantes de la Benemérita, el coronel Pérez de los Cobos cuya inolvidable declaración en el juicio del “proces” todavía es comentada.

Y a destacar también el buen hacer de la presidenta del Congreso de los Diputados, Ana Pastor, fiel a su papel institucional y que encabezó una perfecta organización del acto fúnebre de despedida de Alfredo Pérez Rubalcaba.

Sus Majestades los Reyes ayer, y los Eméritos, hoy, como primeros españoles, por encima de todas estas “deudas” de los políticos y con la grandeza que representa la Corona, nos representaron a todos en la despedida de quién, junto a González, Guerra y tantos otros, supieron ver en la Monarquía parlamentaria la garantía de la continuidad constitucional de nuestra Patria.