Mañana de mantillas blancas, jotas y redobles pasados por agua

La mañana del Domingo de Resurrección es siempre la de los cofrades con el rostro descubierto, la de un sol radiante en la plaza del Pilar en la que el Resucitado se encuentra de forma gloriosa con su madre de la Esperanza y del Consuelo, la de las mantillas y claveles blancos, la de las jotas… Solo una cosa no se cumplió, que no hubo sol y sí una abundante lluvia que hizo sacar los paraguas a los centenares de zaragozanos y visitantes que disfrutaron del día en el que la Semana Santa finaliza.

La hermandad del Cristo Resucitado y de Santa María de la Esperanza y del Consuelo demostró que tiene una buena y abundante cantera de cofrades, fruto de su pertenencia al colegio de los Agustinos, nada más salir de la iglesia de San Cayetano. Solemnemente acompañaron por las calles aledañas a la plaza del Pilar el paso de su virgen.

Cuando llegaron dicha plaza las precipitaciones en forma de lluvia arreciaron, pero ello no impidió que tambores, timbales y bombos dejaran de sonar. Al contrario, lo hicieron con tantas ganas que el tañido de todas las campanas de la basílica del Pilar pareció un murmullo. Y fue poco antes de las 12.00 horas cuando el Resucitado que tallara Jorge Albareda Agüeras en 1981, y que sorprendió a la Zaragoza del momento por no responder al estilo artístico del resto de cofradías de la capital, salió de una de las puertas principales de la basílica. Fue el momento de mayor estruendo de las secciones de instrumentos de esta cofradía, de las campanas, de la lluvia y del canto del Bendita y Alabada de los infanticos. En ese mare magnum sonoro los allí presentes pudieron disfrutar del encuentro glorioso.

APLAUSOS

Tras una predicación por parte del arzobispo de Zaragoza, Manuel Jiménez y del consiliario de la cofradía, fue tiempo de jotas. Uno de los signos de la Semana Santa zaragozana es el día más alegre de la misma, el Domingo de Resurrección. Primero fueron los pequeños y luego adultos, pero todos ellos despertaron sonrisas, aplausos y alguna que otra lágrima entre los asistentes. Y no fue por la lluvia, sino porque en la capital aragonesa también se reza con la jota.

Después de ello, Madre e Hijo, acompañados por un río blanco y celeste –color del hábito de los cofrades de esta hermandad– realizaron su particular procesión hacia el colegio de los Agustinos, en la avenida Tenor Fleta. La lluvia les acompañó durante todo el camino, por lo que decidieron acortar el recorrido para intentar llegar lo antes posible. Una práctica que en esta Pasión se ha repetido, lamentablemente, en varias ocasiones como consecuencia de la borrasca procedente de Portugal. Comienza la cuenta atrás para una Pasión que aspira a ser redonda, tanto como el año venidero que es capicúa.