May se resiste a entregar al Parlamento el informe legal del Brexit

El Parlamento británico votará el próximo 12 de diciembre el acuerdo del Brexit pactado con Bruselas, y las cuentas, de momento, no salen. May necesita una mayoría simple sobre los 650 escaños de la Cámara de los Comunes. Y aunque en un sistema de voto mayoritario como el de Reino Unido —en el que cada diputado es dueño de sus decisiones y mira más a su circunscripción que a las consignas del partido— nada es predecible, los anuncios de un voto en contra se acumulan. Al menos 90 parlamentarios conservadores, entre euroescépticos y proeuropeos, ya han dicho que rechazarán un acuerdo que “deja a Reino Unido en peor situación que la actual”, como reconoció el propio Boris Johnson, exministro de Exteriores y adversario acérrimo de May.

El Partido Laborista, a través de su líder Jeremy Corbyn, se dispone a rechazar el pacto. “Este es el resultado de un miserable fracaso en las negociaciones que nos deja con lo peor de ambos mundos”, manifestó el político en un comunicado. Los unionistas norirlandeses del DUP, cuyos 10 diputados sostienen la precaria mayoría parlamentaria conservadora, consideran una puñalada en la espalda los planes del acuerdo de mantener la regulación comunitaria en el Ulster. Este fin de semana, en su congreso celebrado en Belfast, la líder del DUP, Arlene Foster, ya anticipó el voto en contra de su partido.

May tiene ante sí una empinada escalera y pocos creen que tenga las suficientes fuerzas y habilidad para subirla. Su equipo es consciente de las dificultades y ha iniciado una doble ofensiva. Para empezar, la premier sorteará a los políticos para dirigirse directamente a la ciudadanía británica. Este domingo publicó una carta abierta en los principales medios escritos y repitió los mismos argumentos en su comparecencia en Bruselas. “Será un acuerdo que defienda el interés nacional, y que sea útil para todo el país y para todos nuestros ciudadanos, al margen de lo que votaron en el referéndum de 2016”.

La primera ministra confía en convencer a la ciudadanía de que ejerza máxima presión sobre los diputados que aún dudan sobre el sentido de su voto. “Será una de las votaciones más relevantes de las últimas décadas y deberán decidir si avanzamos todos juntos o entramos en un nuevo periodo de división e incertidumbre”, advertía en la capital comunitaria. “A aquellos que creen que se puede negociar otro acuerdo, es imposible. Este acuerdo es el mejor y el único posible”.

Como segundo frente, el Gobierno utilizará a los llamados whips (literalmente, látigos), los diputados con influencia y mando sobre el resto de colegas, para convencer a los más moderados de la necesidad de dejar ya atrás de una vez por todas la pesadilla del Brexit. Se ofrecerán modificaciones de leyes que puedan interesar especialmente a los electores de esos diputados (regulación del uso de armas, o medidas procesales suavizadas para los casos de violencia de género, entre otras). Y hasta se pondrán sobre la mesa prebendas personales, como posibles títulos honoríficos. Las primeras broncas ya han estallado al saber que John Hayes, uno de los euroescépticos más furibundos, no ha tenido empacho en aceptar un título de Caballero en los últimos días.

May se va a concentrar, “con todo su corazón y su alma”, en esta campaña de relaciones públicas. Pero guarda una bala en la recámara. Reglamentariamente es posible someter el acuerdo a una doble votación. En el caso de fracasar a la primera, contempla la posibilidad de que, con ayuda de Bruselas, unos pocos retoques en el texto y el previsible pánico en los mercados, cedan los más remisos. Una apuesta arriesgada.

Los adversarios tampoco descansan. Dan por descontada la derrota y ya imaginan escenarios para el día después. Un grupo de cinco ministros partidarios de la permanencia en la UE, liderado por el de Economía, Philip Hammond, ha comenzado a trabajar en un plan b para alterar el acuerdo una vez sea rechazado en la Cámara de los Comunes, según The Sunday Telegraph. Han llegado a compartir su conjura con los unionistas norirlandeses, y sueñan con un acuerdo “a la noruega”, que permita a Reino Unido permanecer en el área económica europea.

Los euroescépticos van más allá. Confían en una moción de censura que derribe a May, y que un nuevo líder conservador negocie un “no acuerdo gestionado” de Brexit que conduzca a Reino Unido a un escenario sin ataduras en el que solo imperen las reglas de la Organización Mundial del Comercio. Nadie descarta posibilidades aún más endiabladas, como un adelanto electoral o que el Parlamento se las ingenie para forzar un segundo referéndum sobre el Brexit. El problema de estas conjuras es que todas ellas asumen que Bruselas estará dispuesta a conceder más tiempo, o a reabrir las negociaciones. A día de hoy esa opción no parece creíble.

El ex primer ministro Tony Blair, que ha defendido con ardor que haya una segunda consulta, imploraba ayer ayuda a los líderes europeos. “Hay una salida. Que el Parlamento vote en contra de todo este enredo. Y que ustedes presenten una oferta que aborde los asuntos que más angustian a los ciudadanos británicos respecto a Europa, que al margen de los fanáticos euroescépticos, son las mismas que preocupan al resto de los europeos y se centran básicamente en la inmigración. Hay demasiado en juego. Nuestro destino y el suyo. No es demasiado tarde”.

Los relojes de May y del resto del espectro político británico no están sincronizados. Ella lucha por salvar su obra política antes del 12 de diciembre. Sus adversarios, por empezar a demolerla a partir de esa fecha.