El Betis toma el Camp Nou, la gesta soñada por Setién

Quique Setién tiene muy buen cartel en algunos sectores del Camp Nou desde que un día confesó: “Me habría dejado cortar el dedo meñique por jugar en elDream Team”. Nadie duda de la querencia del técnico cántabro por el fútbol azulgrana que elaboró Cruyff y culminó Guardiola. Aquel juego ha evolucionado, y a veces involucionado en el propio Barça, y nunca ha dejado de ser referencia para entrenadores foráneos como Setién. No es extraño que algunos barcelonistas reconocieran a ratos en el Betis al Barça que les hubiera gustado ver y a Setién como un candidato idóneo en el futuro para el banquillo del Barça. El Betis rompió a jugar la jornada en que el estadio celebraba la reaparición de Messi. La gesta verdiblanca no podía tener mejor día ni marco para orgullo de Setién.

Jugó el Betis de fábula, exquisito en el juego de área a área, preciso en su fútbol de toque a la salida del pie de Pau López y vertiginoso en el pase cuando alcanzaba el campo del Barça, superior cuando la contienda se disputaba desde la racionalidad e inaccesible también desde la locura, consciente de que por fin, 17 visitas después, había llegado la tarde para ganar en el Camp Nou después de que el año pasado ya venciera en el Bernabéu.

Los éxitos de equipos como el Betis no se miden por sus títulos, sino por su capacidad para trascender en las jornadas que les enfrenta a clubes como el Barça o el Madrid. Nadie lo sabe mejor que Joaquín, el capitán, feliz porque saltaron los plomos del estadio: 15 años llevaba el Barça sin tomar cuatro goles en casa, 42 partidos sin perder, invicto ante el Betis desde 1998 para desdicha de Valverde, que celebraba su partido 50 en la Liga. Los azulgrana no estuvieron nunca en el partido del Betis.

A contracorriente

Las rápidas contras verdiblancas dejaron petrificados a los azulgrana y a su técnico, espectadores del encuentro y del despliegue fenomenal del Betis, certero después de un cuarto de campeonato negado, agradecido con las concesiones defensivas del Barcelona, siempre a disgusto cuando le enfrentan con una defensa de tres como el Betis. Miraba Messi, se impacientaba Malcom y no aparecía Luis Suárez; tampoco cerraban los medios y sangraban los laterales ante los carrileros, sobre todo Sergi Roberto con Junior. Y Ter Stegen era más permeable que nunca ante las llegadas del Betis. A nadie le sorprendió que en el descanso el marcador fuera 0-2.

El Betis dominaba el tiempo y el espacio con y sin pelota ante un desconectado Barça. Mejor en los duelos individuales, los verdiblancos atacaban en superioridad porque los azulgrana se partían, ofrecían línea de pase por dentro y por fuera, tan vulnerables que el cuero dobló incluso las manos de Ter Stegencuando el Barça se puso 1-2. Había tocado a rebato Valverde con el fiero Vidal por el fino Arthur y los barcelonistas empezaron a enfocar a Pau López. A falta de técnica y de fútbol, se imponía la fuerza y la energía, el sentimiento de jugadores de la cantera como Munir y Aleñá, el carácter de Piqué, el caos colectivo para no rendirse a la evidencia: la superioridad del Betis, agrandado por la expulsión de Rakitic.

Al penalti de Messi, al escorzo de Vidal, al 3-4 de Messi validado por el VAR, a cada gol azulgrana, respondieron los muchachos de Setién con personalidad y aplomo, con control emocional y del juego, mejor puestos y más diligentes en la lectura del juego, desafiantes e implacables frente a un Barça que nunca encontró el sitio, siempre a contracorriente, desequilibrado defensivamente con Messi.

Volvió la messidependencia. Ningún futbolista tiene el poder absorbente del 10. Hipnotiza, intimida y condiciona, solista genial en un equipo cuyo solfeo exige un buen juego de posición, posesión y también de presión, manifiesta en ausencia del rosarino. El Betis supo jugar contra Messi mientras el Barça no encontró a Messi.

No funcionó la presión porque no fue sincronizada, sino desordenada e imprecisa, sin ayudas ni basculaciones, condicionada porque Malcom no calzó bien en la banda izquierda y el Betis no se dejó intimidar por Messi, que ataca mucho y contiene poco. La valentía de los verdiblancos, esmerados con el cuero, excelentes en el ataque de los espacios, dejó al 10 en tierra de nadie y a su equipo fuera de juego, rendido cuando quiso ser estético, abatido cuando fue épico. Los azulgrana llegaron siempre tarde al balón mientras el Betis se relamía ante el júbilo de Setién, triunfador finalmente ante un equipo en el que quiso jugar y aspira a dirigir: el Barça.