Puigdemont renuncia a las europeas «por miedo» a ser detenido en la Embajada

Emulando a Oriol Junqueras, Carles Puigdemont había decidido presentarse a las elecciones europeas. Con el argumento de «internacionalizar el conflicto» y de «ponerme al servicio de la gran causa de la democracia y la libertad», el forajido de Waterloo había comunicado a los suyos que el Parlamento Europeo sería el siguiente escenario donde libraría su particular batalla. Pero el jueves, ante la estupefacción de todos, y muy especialmente de aquellos a los que tantos sacrificios había pedido y que tan alto precio están pagado por haberlos acometido, anunció que finalmente no se presentaría «por miedo» a que la delegación de poderes no sirva para recoger las credenciales «y que quede entonces como un «mierda» por no tener cojones de ir a la embajada española a retirarlas en persona».

Es norma y tradición que las credenciales se retiren en la Junta Electoral de Madrid. Cuando Puigdemont planteó a sus asesores que pretendía hacerlo mediante una delegación de poderes, le advirtieron de que lo más probable era que le abortaran la maniobra y que le obligaran a ir a la embajada española de Bruselas, la capital del país donde se encuentra fugado.

Otras espantadas

Y ante esta expectativa, el expresidente de la Generalitat ha retirado su candidatura «porque no quiero correr el riesgo de que me arresten en la embajada», según ha comunicado literalmente a sus personas de confianza.

No es la primera espantada de Puigdemont. El día previo a declarar la independencia pidió firmeza uno por uno a los miembros de su gobierno, y que permanecieran a su lado en aquellas horas agónicas sólo si estaban dispuestos a aguantar la presión y el sufrimiento que se les venía encima. Y mientras la mayoría de sus consejeros y los dirigentes de las plataformas de agitación y propaganda, Jordi Cuixart y Jordi Sànchez (estos dos últimos incluso ya desde la cárcel), efectivamente aguantaron tal como el presidente les había pedido, Puigdemont se fugaba a Bruselas sin avisar a nadie, mientras todo el mundo le esperaba en el palco de Montillivi para ver cómo el Girona derrotaba al Madrid.

También durante la campaña electoral de las elecciones del 21 de diciembre, Puigdemont prometió que regresaría a España si estaba en condiciones de gobernar «porque por ser vuestro presidente merece la pena asumir el riesgo de ir a la cárcel». Otro de los lemas que utilizó para su propaganda fue que «cada voto vuestro es un kilómetro que me acerca a casa». También por miedo, el mismo miedo que les exige no tener a los demás, Puigdemont faltó a su palabra y volvió a defraudar a los suyos incumpliendo su promesa.

Aunque el enfado es general, Joaquim Forn es el más ofendido por la decisión del forajido de no presentarse a Europa. Forn es probablemente quien más riesgos ha asumido por ser útil a la estrategia del expresidente. Engañado por David Madí y por el propio Puigdemont aceptó ser la carnaza, el cebo del «procés», asumiendo la cartera de Interior justo en el momento en el que tocaba poner a los Mossos a desobedecer. Con el mayor Trapero al frente del cuerpo, el ensayo general de la deslealtad se produjo el 17 de agosto y los días siguientes, con la gestión del atentado islamista de las Ramblas de Barcelona. Luego llegó el 20 de septiembre y la Guardia Civil tomada como rehén durante su registro de la consejería de Economía; y por supuesto el 1 de octubre, el día en que la cúpula de Mossos, y una considerable facción del cuerpo, atacaron a la Policía Nacional y a la Guardia Civil para convertirse en los cómplices necesarios del referendo ilegal que tuvo lugar en Cataluña.

Forn no puede entender «a qué miedo se refiere Puigdemont», cuando no contento con haberle expuesto del modo más inapelable, todavía estos días le está pidiendo que sea el candidato de su partido a la alcaldía de Barcelona, obligándole así a romper la palabra que le dio al juez Llarena de que abandonaba la política y complicando aún más, por obvia falta de credibilidad, que sus medidas cautelares puedan ser revisadas.

Pero no sólo Forn está francamente decepcionado. En la reunión de más de 12 horas que mantuvo ayer el PDECat, para redefinir su estrategia, el malestar con el fugado se hizo evidente. Un destacado dirigente territorial de la formación llegó a decir que «este hombre nos está arruinando 40 años de historia de éxito. Y encima no se pone al frente a las europeas ¡por miedo! ¿Pero qué se ha creído? Hay que pararle como sea».