Ángelus: El significado de la vida es el amor infinito y concreto de Dios

“El sentido de la vida es el amor infinito y concreto del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, un “océano de amor”, explica el Papa Francisco: el amor de un Dios cercano, que conoce a todos y quiere difundir su vida y amor en todo el mundo, gracias a la misión de los bautizados.

El Papa Francisco presidió la oración del Ángelus del mediodía este domingo, 27 de mayo de 2018, en la fiesta de la Santísima Trinidad, en la Plaza de San Pedro, en presencia de unas 25,000 personas.

El Papa hizo hincapié en la alegría que acompaña a la misión del cristiano: “la alegría es un poco el primer idioma del cristiano”.

También enfatizó que la persona bautizada no está sola, no solo porque Dios está con él, sino porque es parte de un “pueblo”.

Después del Ángelus, el Papa saludó a varios grupos y se refirió a la beatificación, ayer, sábado, 27 de mayo en Piacenza (Italia), de Sor Leonela, muerta en Somalia en Mogadiscio en 2006. El Papa invitó a orar con él un “Ave María” por la paz en África y ha  invocado a Nuestra Señora de África.

Aquí está nuestra traducción de las palabras del Papa Francisco, pronunciadas en italiano, antes de esta oración mariana.

Palabras del Papa antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Hoy, domingo después de Pentecostés, celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad. Una fiesta para contemplar y alabar el misterio del Dios de Jesucristo, que es uno en la comunión de tres Personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Para celebrar con asombro siempre nuevo al Dios-Amor, que nos ofrece su vida gratuitamente y nos pide que la divulguemos en el mundo.

Las lecturas bíblicas de hoy nos hacen comprender que Dios no quiere revelarnos que Él existe, sino que Él es el “Dios con nosotros”, cercano a nosotros, que nos ama, que camina con nosotros, está interesado en nuestra historia personal y se ocupa de todos, empezando por los más pequeños y los más necesitados. Él “es Dios allá arriba en los cielos” pero también “aquí abajo en la tierra” (Dt 4:39).

Por lo tanto, no creemos en una entidad distante, ¡no! En una entidad indiferente, ¡no! sino, al contrario, en el Amor que creó el universo y engendró un pueblo, se hizo carne, murió y resucitó por nosotros, y en tanto que  Espíritu Santo, transforma todo y conduce todo a su plenitud.

San Pablo (Rm 8: 14-17), quien personalmente experimentó esta transformación hecha por el Dio de Amor, nos comunica su deseo de ser llamado Padre, o más bien “Papá” – Dios es “nuestro Papá” -, con la confianza total de un niño que se abandona en los brazos de quien le dio la vida. Al actuar en nosotros, el Espíritu Santo – nuevamente recuerda al Apóstol – se asegura de que Jesucristo no se reduzca a un personaje del pasado, no, sino que lo sentimos cercano, nuestro contemporáneo, y que hacemos la experiencia de la alegría de ser hijos amados por Dios. Finalmente, en el Evangelio, el Señor resucitado promete permanecer con nosotros para siempre. Y es precisamente por su presencia y la fuerza de su Espíritu que podemos cumplir serenamente la misión que nos confía. ¿Cuál es esta misión? Anunciar su Evangelio y testimoniar a todos ellos y así dilatar la comunión con Él y la alegría que de Él se deriva. Al caminar con nosotros, Dios nos llena de alegría y la alegría es un poco el primer idioma del cristiano.

Por lo tanto, la fiesta de la Santísima Trinidad nos hace contemplar el misterio un de Dios que constantemente crea, redime y santifica, siempre con amor y por amor, y que da a cada criatura que lo acoge reflejar un rayo de su belleza, de su bondad y de su verdad. Siempre ha elegido caminar con la humanidad y formar un pueblo que sea una bendición para todas las naciones y para todas las personas, sin excluir a nadie. El cristiano no es una persona aislada, pertenece a un pueblo: este pueblo que Dios forma. No puede haber cristianos sin esta pertenencia ni esta comunión. Somos su pueblo, el pueblo de Dios.

Que la Virgen María nos ayude cumplir con alegría la misión de testimoniar al mundo, sediento de amor, que  el sentido de la vida es precisamente el amor infinito y concreto del Padre, el Hijo y del Espíritu Santo