Cuando un eclipse solar abrió el camino a la cima del Moncayo

El Ayuntamiento de Tarazona prepara un programa de actividades y homenajes para conmemorar las expediciones científicas internacionales que en 1860 eligieron la comarca para estudiar el fenómeno astronómico

El descubridor del planeta Neptuno y el creador del péndulo de Foucault para definir la rotación terrestre compartieron sendero en las faldas del Moncayo el 18 de julio de 1860. Ambos científicos (Urbain Le Verrier y Léon Foucault) formaban parte de una expedición impulsada por el Observatorio de París para observar el eclipse solar que se produjo esa jornada y que 165 años después todavía se deja sentir en Tarazona.

Con motivo del fenómeno astronómico que se repetirá el próximo mes de agosto, desde la capital turiasonense están preparando un ambicioso programa de actividades con el que conmemorar aquella observación, así como la amparada por el Colegio Astronómico de Madrid y que permitieron acoger en la localidad a algunas de las mentes más brillantes de su tiempo.

«Los científicos más importantes del momento en todo el mundo, astrónomos, matemáticos y físicos acudieron a Tarazona», recuerda el concejal de Turismo, Pablo Escribano. Se fijaron el la localidad por la altura que ofrecía el Moncayo, así como por la previsión de que no habría nubes. El coordinador de ambos viajes fue el entonces director del Colegio Astronómico de Madrid, Eduardo Novellas, que dejó una detallada relación de todo lo vivido esos días.

Así, se puede saber que previamente, para facilitar el trabajo a tan insignes colegas, se mandó construir la senda que todavía sirve para subir a la cumbre del Moncayo. Además, se mandaron construir unas casetas de observación que protegieran a esas mentes privilegiadas del cierzo, unos restos que todavía se pueden observar y actualmente usados como ventisqueros también para cubrir a los visitantes de los días más fríos. En ese punto, que se espera recuperar en los próximos meses, se colocará una placa de recuerdo, pues en la expedición participaron miembros de diversas academias y universidades.

«Queremos explicar por qué están ahí esas ruinas, esos ventisqueros para protegerse del aire, pues muchos no saben que están ahí por unos astrónomos que quisieron observar el eclipse de 1860», recuerda Escribano. Y en la falda del monte colocarán otro hito para bautizar el sendero de acceso con el nombre de Novellas. Serán actos previos a la observación del próximo mes de agosto, que previsiblemente congregará a una multitud en el antiguo solar de la fábrica textil, sumándose al plan de actividades que está diseñando el Gobierno de Aragón.

La parte francesa finalmente, por culpa del día amanecido nublado, tuvo que realizar su observación en la parte trasera del cementerio de Tarazona, ya en el término de La Luesa. En ese lugar el Ayuntamiento de Tarazona también tiene previsto instalar un monolito de recuerdo y realizar otro acto de homenaje en colaboración con el Observatorio de París el próximo 18 de julio. Los instrumentos aportados por los franceses fueron tres anteojos (de seis, tres y media y cinco pulgadas de abertura) y dos telescopios con espejos de 20 y 40 centímetros de diámetro, según la Revista de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.

«Es un homenaje que la ciudad de Tarazona le debe a estos pioneros», recuerda el concejal. Además, señala que ya en la época fueron conscientes de la trascendencia de aquellas observaciones con las que se pudieron detallar por primera vez en la historia las protuberancias solares. Al menos, así se escribió en los diarios de ese mismo mes. «Casi doscientos años después es el momento de cumplir aquellas peticiones y tratar de que todo lo que pase el próximo año gire sobre aquellas expediciones», reconoce.

El joven Ramón y Cajal

Le Verrier y Foucault no fueron los únicos nombres que pasarían a la historia de la ciencia que estuvieron pendientes aquella jornada. Un joven Santiago Ramón y Cajal, que se encontraba de visita en Rivabellosa, escribió en su diario: “Durante el eclipse, la inquietud llena toda la naturaleza, como me hizo observar mi padre. Para animales y plantas, acostumbrados a la alternancia regular de luz y oscuridad, el eclipse es una especie de contradicción, como si de repente las fuerzas naturales que gobiernan su vida fallaran. Comprendí que el hombre (…) tiene en la ciencia un instrumento poderoso de previsión y dominio”, se explica en la publicación de la Real Academia de Ciencias. Tenía entonces ocho años y posiblemente residía con su familia en Ayerbe.