Los más de mil fieles iniciaron la peregrinación el 25 de julio. Entre nervios, ilusión e incertidumbre llegaron a su primera parada: Barcelona
Concluidos los 11 días de peregrinación a Roma, podemos reafirmar la grandeza del Señor y el amor que tiene por todos nosotros. Las pocas horas de sueño no impidieron que 1.200 jóvenes de la diócesis de Getafe peregrinaran desde la ciudad que acoge el Santuario del Sagrado Corazón de Jesús, en el Cerro de los Ángeles, hasta la Ciudad Eterna. Allí atravesaron la Puerta Santa de San Pablo Extramuros para recibir la indulgencia plenaria y ganar el Jubileo de la Juventud convocado por el Papa Francisco, dedicado a la esperanza.
Los más de mil fieles iniciaron la peregrinación el 25 de julio, festividad de Santiago Apóstol. Entre nervios, ilusión y la incertidumbre de lo que les deparaban esos días, los jóvenes, distribuidos en 22 autobuses, llegaron a su primera parada: Barcelona, donde les esperaba un primer regalo espiritual: una Misa en la Sagrada Familia, presidida por Mons. Ginés García Beltrán, obispo de la diócesis de Getafe.
Durante la homilía, compartida con jóvenes de la diócesis de Córdoba, don Ginés se mostró emocionado al ver «esta Sagrada Familia llena de jóvenes que quieren responder a la llamada del Señor, al don de la fe; que se han puesto en un camino de esperanza para, simbólicamente, llegar a Roma, la ciudad de Pedro y Pablo». También se refirió al esperado encuentro con el Papa León XIV, «símbolo de la unidad de la Iglesia, de la certeza de la fe».

Misa en la Sagrada Familia Cedida
Tras estas palabras cercanas y calurosas, los jóvenes pusieron rumbo a Bordighera, en la provincia italiana de Imperia (región de Liguria), donde se sintieron aún más cerca de la razón profunda de este viaje. Allí fueron acogidos por los sacerdotes Don Karim y Don Rito, quienes unieron esfuerzos parroquiales para organizar dos días inolvidables.
A pesar de la lluvia, se celebró por la mañana una Santa Misa en el patio del Oratorio Don Bosco para dar sentido a la peregrinación y abrir los corazones de quienes ansiaban ganar el Jubileo y recibir el abrazo de Dios. Por la tarde, participaron en talleres y encuentros centrados en la esperanza. Tras la cena, vivieron un momento muy especial: la imagen de Madre Ven, llevada por peregrinos de Getafe, llegó a la playa de Vallecrosia, donde se rezó el Rosario. Fue un instante de oración, convivencia y fe que iluminó los cielos de la localidad.

Rosario Cedida
El cuarto día, los 1.200 jóvenes partieron hacia Siena. En Colle di Val d’Elsa fueron recibidos por el padre Maurizzio y varios voluntarios, quienes los guiaron hasta sus alojamientos y organizaron la primera actividad nocturna: una velada especial en la Piazza Arnolfo di Cambio, titulada Colle saluda a la Juventud Juvenil, que incluyó testimonios y la música del Coro dB. Uno de sus miembros expresó que el pueblo necesitaba «lanzar notas al cielo, abrazos y testimonios de vida junto a otros».
Allí, don Ginés dirigió un retiro espiritual con momentos de reflexión y una poderosa llamada a continuar. A pesar del cansancio físico, el entusiasmo espiritual de los jóvenes los impulsó a dejar huella y a no olvidar el verdadero significado del viaje: la esperanza y el amor de Dios. A esto es a lo que se aferró Lorman Rafael Paredes, un médico que decidió ser voluntario. Así, explica a este medio que en la primera etapa —en la que fue voluntario—, es cierto que no participó «en todas las actividades que vivieron los peregrinos antes de llegar a Roma»; sin embargo, tenía ese plus de gratificación al verlos felices, contentos, disfrutando. «Para mí, el servicio siempre ha sido algo fundamental en mi vida cristiana. Que se me haya permitido servir como voluntario ha sido una experiencia muy, muy gratificante», anota.
Además, Lorman ya venía pidiéndole a Dios que le llevara al servicio, al servicio directo: «Entiendo que cada uno puede servir a Dios desde su trabajo o su vida diaria, pero esto era diferente: un servicio más directo, donde podías ver los frutos, palparlos».
El quinto día estuvo marcado por la belleza de Siena. Por la mañana, el obispo ofreció una catequesis a todos los peregrinos. Posteriormente, se habilitaron cuatro espacios para la adoración y el sacramento de la reconciliación, necesario para recibir la indulgencia plenaria al cruzar la Puerta Santa. La mañana del 30 de julio se dedicó plenamente a Dios.
Por la tarde, la figura de santa Catalina, mística y doctora de la Iglesia, fue protagonista. Los jóvenes recorrieron los rincones más significativos de Siena vinculados a su vida. A las nueve de la noche, el silencio envolvió la Piazza del Duomo para una solemne Eucaristía presidida por el arzobispo de Siena, don Augusto Paolo Lojudice, junto a don Ginés. Fue un verdadero encuentro con Cristo y un momento profundo de oración y reflexión.

El arzobispo de Siena, don Augusto Paolo Lojudice, junto a don Ginés Cedida
El 31 de julio, los jóvenes llegaron a Roma. Después de una larga espera a las puertas de San Pablo Extramuros, los 1.200 peregrinos –junto a otros 800 que viajaron directamente– ganaron el Jubileo tras cruzar la Puerta Santa. Allí los esperaba su obispo, quien no quiso perderse ni un solo paso del camino. Los jóvenes estaban listos para renovar su relación con Dios, con los demás y consigo mismos. Uno de ellos era Lorman, quien afirma que el Jubileo ha sido «una experiencia totalmente nueva» para él. Además, cree que la vivió con «un cierto grado de madurez», y eso le permitió «disfrutarla al máximo, exprimirla al máximo».

Misa en San Pablo Extramuros dirigida por don Ginés. María Fernández
Lucía Sánchez, maestra de Educación Infantil y Primaria, vivió algo parecido. A las pocas horas de llegar a Roma, pudo cruzar con don Ginés al frente la Puerta Santa de San Pablo Extramuros. Cómo todo en la fe, comenta, cada símbolo tiene «su significado y creo que hasta ese momento no fui consciente de lo que verdaderamente significaba cruzar esa puerta». No es simplemente «una puerta más que se abre de forma extraordinaria cada 25 años, no». Es, afirma, atravesar «el costado de Cristo que una vez más te acoge en su infinita misericordia». Así, afianza que se atrevería a decir que «lo de menos es ganar el jubileo o la indulgencia, que por supuesto ya es bastante, pero sentir Su Amor y Su Gracia en ese preciso momento no es comparable con absolutamente nada».
El viernes, los peregrinos visitaron los lugares más emblemáticos de Roma. Por la tarde, la Plaza de San Pedro se transformó en una gran fiesta de fe: más de 30.000 jóvenes cantaban «¡Esta es la juventud del Papa!», compartiendo estampas y pulseras. La jornada culminó con una misa a las 20:00, presidida por el arzobispo de Valladolid y presidente de la CEE, Mons. Luis Argüello, junto a los cardenales Juan José Omella y José Cobo, y concelebrada por unos cincuenta obispos y 700 sacerdotes.
Antes de comenzar la Santa Misa, Lucía cruzó la marabunta de jóvenes y subió al lado de los sacerdotes: «Tuve la gran suerte de formar parte del grupo de jóvenes que vivieron la Eucaristía al lado del altar, muy cerca del famoso balcón. Y poder observar desde ahí arriba la plaza de San Pedro llena de pequeños puntitos verdes, es para dar muchas gracias a Dios por nacer en un país cuna de grandes santos y en el que su historia sin el Corazón de Jesús y sin la Santísima Virgen María no tendría sentido».

Encuentro de jóvenes en San Pedro. María Fernández
En su homilía, Mons. Argüello destacó el amor de Dios, que nos reviste con un «vestido de alabanza, perfume de alegría y diadema de alianza». Subrayó que somos cristianos ungidos, llamados a formar un nosotros más grande, desde lo diocesano hasta la Iglesia universal. Animó a los jóvenes a vivir su fe públicamente, sin miedo, y les recordó que no son turistas, sino peregrinos de la esperanza, llamados a llevar el amor de Dios a todos los ámbitos de la vida cotidiana.
La Eucaristía preparó a los jóvenes para el encuentro en Tor Vergata los días 2 y 3 de agosto, donde el Papa León XIV los convocó para conocer personalmente a los seguidores de Cristo. Allí, tras una larga caminata, se unieron a más de un millón de jóvenes de todo el mundo. Durante la vigilia, y tras saludar desde el papamóvil, el Santo Padre respondió a una pregunta de Dulce María, una adolescente mexicana referida a las relaciones humanas: «Queridos jóvenes, quiéranse entre ustedes, quiéranse en Cristo. Sepan ver a Jesús en los demás. La amistad puede verdaderamente cambiar el mundo. La amistad es un camino hacia la paz».

Jóvenes de la diócesis de Getafe yendo a Tor Vergata. María Fernández
La vigilia, animada con música y espectáculos, fue una experiencia de fe compartida, donde los jóvenes conversaron sobre las palabras del Pontífice, bailaron con personas de otros países y forjaron nuevas amistades. En este sentido, Lorman, el peregrino de la diócesis, afirma que el encuentro con el Papa, poder acercarse a escasos metros, fue un regalo indescriptible. «Tener tan cerca al sucesor de Pedro, al embajador de Dios en la tierra, fue algo que muy pocos católicos en el mundo pueden experimentar». Algo que también comentó con sus amigos fue que la Iglesia está «más viva que nunca». Así, asevera que «ver a tantos jóvenes reunidos en un solo lugar, tantos jóvenes católicos, te hace sentir que no estás solo».
El 3 de agosto, el Papa León XIV clausuró el Jubileo de la Esperanza con una Misa en la que animó a los fieles a «aspirar a cosas grandes sin conformarse con menos», recordando que «otro mundo es posible». Señaló que la plenitud no se encuentra en lo que acumulamos, sino en lo que acogemos y compartimos con alegría. Insistió en que «comprar, acumular, consumir no basta» y llamó a elevar la mirada hacia «las cosas celestiales».

Papa León XIV antes de la Eucaristía Diócesis de Getafe
Encomendando a los jóvenes a la Virgen María, los animó a regresar con alegría a sus países, siguiendo a Cristo y contagiando entusiasmo. Así lo hicieron los peregrinos de Getafe, dispuestos a compartir lo vivido y a anunciar con pasión la Palabra de Dios. Porque sus corazones ya estaban preparados para la vuelta… y para la verdadera misión.