La psicoterapeuta que quiere que no pienses tanto: «Es como las drogas, aunque lo desees, no puedes dejarlo»

ENTREVISTA A NANCY COLIER:

Charlamos sobre el pensamiento como adicción, la identificación con los pensamientos, la relación espiritualidad-psicoterapia y las consecuencias de la rumiación

¿Cuántas cosas nos perdemos por darle demasiadas vueltas a lo mismo? ¿Se te mete algo entre ceja y ceja y no puedes dejar de pensar en ello? Muchísimas personas sufren rumiación –se preocupan en exceso y piensan demasiado– y eso les genera estrés o ansiedad. Seguramente han intentado racionalizar los problemas para salir de esa espiral negativa de pensamientos… y han acabado agobiándose sin éxito.

Pensar, esta habilidad natural que posee la mente, no nos produce sufrimiento. Los pensamientos no son intrínsecamente problemáticos. Lo problemático es que creemos que tenemos que darles vueltas a nuestros pensamientos. Lo que nos causa sufrimiento es identificarnos con nuestros pensamientos; es decir, creernos que somos lo que pensamos. Ahí es donde está el meollo del asunto, y justo eso es lo que nos dificulta la tarea de separarnos de nuestros pensamientos y hallar la libertad en nuestras mentes y en nuestra vida.

La reputada psicoterapeuta de Estados Unidos Nancy Colier traza en Deja de pensar tanto (Newton Compton Editores, 2025) un intento de manual con el que quiere que dejemos de identificarnos con nuestros pensamientos, encontremos la paz y la felicidad en el presente.

Charlamos con Colier sobre el pensamiento como adicción, la identificación con los pensamientos, la relación espiritualidad-psicoterapia y las consecuencias de la rumiación, entre otras cuestiones.

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‘Deja de pensar tanto’

PREGUNTA. ¿Recuerdas el momento en el que te diste cuenta de que tus propios pensamientos eran la causa de tu sufrimiento?

RESPUESTA. Lo recuerdo bastante bien. Estaba paseando por un parque precioso, un día de primavera casi de cliché, lleno de flores, cachorros… Podría haber sido una experiencia deliciosa. Pero yo estaba sumida en un bucle mental, reviviendo una experiencia difícil con mi pareja una y otra vez: por qué había ocurrido, cómo sabía lo que realmente estaba pasando, cómo se lo iba a explicar otra vez… Estaba metida en un agujero.

Era un agujero al que ya había caído muchas veces. Y entonces pasó algo. Esto, claro, tras años y años de meditación. No fue algo repentino. Pero vi lo que me estaba haciendo a mí misma. Vi cómo estaba construyendo una especie de infierno con mi mente. Cómo mis pensamientos me arrastraban hacia ese agujero y cómo yo, por supuesto, los creía, creyendo que mi historia era la única verdad.

También vi cómo me estaba perdiendo el festival que era la realidad justo frente a mí. Me estaba perdiendo todos los aspectos hermosos del momento real: los colores, los olores, las interacciones, todo. Y desperté en ese instante al poder que tienen nuestros pensamientos de secuestrar nuestro presente y llevarnos a un lugar donde no queremos estar.

«Vi cómo estaba construyendo una especie de infierno con mi mente»

P. ¿Qué papel ha tenido tu práctica espiritual, especialmente el Zen, en tu comprensión de la mente y la psicoterapia?

R. La práctica espiritual está en el corazón de todo lo que hago: de mis libros, de mi trabajo como psicoterapeuta, como consejera espiritual, todo. Y, esencialmente, todo parte de la consciencia. Empezamos por observar con una buena dosis de escepticismo nuestra propia mente y lo que nos susurra o grita como si fuera verdad.

Nuestros pensamientos nos hablan con nuestra propia voz. Tienen nuestros sentimientos, vivencias, opiniones… Por eso son tan engañosos. Nos identificamos con ellos.

La práctica espiritual me ha enseñado a ser una conciencia amorosa y compasiva, tanto con mi mente como con la de mis pacientes. También me ha permitido no quedarme atrapada en la historia de “yo”. Con años de práctica, reconozco que ese “yo” se ha construido con paquetes de pensamientos, condicionamientos, heridas, recuerdos, etc. Ayudo a mis pacientes a deshacer ese “yo” para que puedan ver su versión de sí mismos con más ligereza.

P. Tu libro gira en torno a una idea poderosa: pensamos demasiado. ¿Cuándo empezaste a ver el pensamiento como una adicción?

R. Empecé a ver el pensamiento como una adicción cuando me di cuenta de que, como con otras adicciones, la mayoría de nosotros, y desde luego mis pacientes, querían pensar de forma distinta, romper patrones, pensar menos… pero no podían parar. Como con el alcohol, las drogas o las compras, aunque lo desees, no puedes dejarlo.

Hemos vivido esa experiencia de estar atrapados en un bucle de pensamiento, saber que lo estamos y no poder salir. Mi libro trata precisamente de eso: de cómo liberarnos cuando nos damos cuenta de que estamos atrapados.

El pensamiento también funciona como las adicciones en otro sentido: lo usamos para no sentir lo que no queremos sentir. En lugar de sentir una situación difícil, la pensamos. Nos hacemos listas de pros y contras, le damos vueltas, enmascarándolo como algo útil, cuando en realidad evitamos sentir.

Además, vivimos convencidos de que no hay otra forma de vivir que no sea pensando sin parar. Desde que nacemos nos enseñan que pensar más es mejor, y que la vida sin pensamientos constantes sería vacía.

A diferencia de otras adicciones, el pensamiento está culturalmente valorado. Nadie te dice que pensar mucho te hace daño. Al contrario: es señal de éxito. Eso lo hace mucho más difícil de reconocer como adicción.

Foto: 'Overthinking', un estado de rumia constante. (iStock)

P. ¿Por qué crees que nos cuesta tanto ver el pensamiento como una adicción, si está tan presente?

R. Precisamente porque está culturalmente valorado. No vemos el pensamiento como algo negativo. Lo vemos como nuestra mejor cualidad. Nos identificamos tanto con nuestros pensamientos que ni siquiera los vemos como algo que hacemos.

Verlo como una adicción implica ponerlo fuera de nosotros, y no estamos preparados para eso. Además, pensamos que pensar todo el día es lo normal. Pero genera un estrés constante. Nos desgasta. Nos quita el sueño. Nos agota a nivel del sistema nervioso. Y buena parte de ese cansancio se debe a que pensamos sin parar, sobre todo cosas negativas o problemas que queremos resolver.

P. ¿Qué consecuencias emocionales y físicas tiene este pensamiento automático constante?

R. No se trata de detener los pensamientos, sino de cambiar nuestra relación con ellos. Porque, en realidad, nunca vamos a dejar de pensar. El corazón bombea sangre, el hígado filtra toxinas, y la mente produce pensamientos. Pero lo importante es: ¿cómo nos relacionamos con esos pensamientos? ¿Qué importancia les damos?

Los pensamientos siempre aparecerán. Pero podemos decidir cuáles seguir, cuáles no, cuáles nos ayudan y cuáles nos perjudican. No todos los pensamientos merecen nuestra atención total.

El trabajo que hago y que describo en el libro es precisamente ese: tomar distancia, ver los pensamientos como una corriente y tener la capacidad de decidir hacia cuáles nos acercamos. El 95% de los pensamientos son repetitivos, y el 80% son negativos. Por eso, poder elegir a cuáles damos importancia es clave para tener poder sobre nuestra vida.

«No se trata de detener los pensamientos, sino de cambiar nuestra relación con ellos»

P. Dices que no se trata de detener los pensamientos, sino de cambiar nuestra relación con ellos. ¿Cómo se hace eso, en la práctica?

R. Tal como decía antes: nunca dejaremos de pensar. Pero sí podemos cambiar nuestra actitud. Observar los pensamientos, elegir qué hacemos con ellos, y decidir su importancia.

Es como ver los pensamientos venir por una carretera, y poder elegir: “Este me interesa, este no, este lo he oído mil veces, este me resulta curioso…”. Se trata de generar una distancia. Que haya un “yo” que observa y una corriente de pensamientos, no una fusión entre ambos. Esa separación es la que nos da libertad.

P. Muchos pensamientos son autocríticos, incluso crueles. ¿Por qué crees que confundimos ese maltrato interno con ser “exigentes” o “responsables”?

R. Porque hemos aprendido que la autocrítica es lo que nos lleva al éxito. Creemos que si no somos duros con nosotros mismos, nos volveremos vagos, débiles o fracasaremos. Hay una gran confusión. Vemos el “darnos caña” como una virtud, como una muestra de responsabilidad.

Pero eso es un error. La compasión, la conciencia de uno mismo, es en realidad el inicio del verdadero éxito. Escucharnos con amabilidad no significa que nos estemos rindiendo, significa que por fin nos estamos tratando como merecemos.

Foto: Baltasar Rodero. (Cedida)

P. ¿Por qué es tan difícil tratarnos con compasión?

R. Porque hemos interiorizado que la compasión hacia uno mismo es sinónimo de debilidad. Creemos que si nos tratamos con amabilidad, caeremos en la pereza o dejaremos de esforzarnos. Pero no es así.

La compasión es el punto de partida para sanar, para avanzar, para cambiar verdaderamente. Escucharnos, reconocer nuestra experiencia interna y validarla es fundamental para crecer. Pero tenemos miedo de hacerlo porque confundimos el autocuidado con la indulgencia.

P. En tu libro explicas que a menudo nos aferramos al dolor aunque decimos que queremos soltarlo. ¿Por qué?

R. Porque tenemos miedo de soltarlo. Creemos que si dejamos de pensar en el dolor, si dejamos de repasarlo mentalmente, de algún modo estamos diciéndonos que estuvo bien lo que pasó. Y no queremos hacer eso.

Pensamos que si lo dejamos ir, lo estamos olvidando, y que soltarlo es traicionar nuestra propia herida. También creemos que si seguimos pensando en el dolor, tal vez logremos entenderlo mejor o cambiar el pasado. Queremos encontrar empatía, comprensión, justicia… y nos aferramos al dolor como si fuera la única forma de obtener eso.

«Queremos encontrar empatía y nos aferramos al dolor como si fuera la única forma de obtenerla»

P. Insistes en que no debemos luchar contra los pensamientos, sino observarlos. ¿Puedes explicar esa diferencia con un ejemplo?

R. Claro. Luchar contra un pensamiento solo genera más pensamientos. Por ejemplo, si surge uno que dice: “Nunca vas a lograr esto”, y reaccionamos con otro que dice: “¡Sí que puedo!”, ya hemos creado más pensamiento. Entramos en un juicio interno entre el fiscal y el abogado defensor.

Observar, en cambio, es dar un paso atrás y decir: “Ah, mira, este pensamiento dice que no puedo. Ahora aparece otro que dice que sí puedo”. Ambos son pensamientos. Pero nos confundimos creyendo que los pensamientos positivos no son pensamientos. Y lo son. Lo importante es darnos cuenta de todo el circo mental y no quedar atrapados en él.

P. ¿Qué le dirías a alguien que empieza a meditar o practicar mindfulness y se frustra porque su mente “no se calla”?

R. Que eso es absolutamente normal. Las mentes no se callan. Ni siquiera tras décadas de práctica. Ese no es el objetivo de la meditación.

Meditar no significa tener una mente en silencio. Significa observar lo que hay. Si lo que hay es ruido mental constante, eso es lo que hay que observar. En una práctica de diez minutos, puedes perder la atención mil veces, y cada vez que te das cuenta y vuelves, eso es meditación. Notar que te fuiste y regresar es exactamente la práctica.

Foto: Javier García Campayo, psiquiatra y experto en 'mindfulness'. (Cedida)

P. Dices que no se trata de cambiar lo que pensamos, sino de cómo nos relacionamos con lo que pensamos. ¿Qué les dirías a quienes ven eso como una forma de resignación?

R. Les diría que no podemos controlar lo que pensamos. Nos gustaría no tener pensamientos negativos o aterradores, pero van a aparecer. La cuestión es: ¿cuánta atención les damos? ¿Les damos poder automáticamente solo porque surgen?

Cuando intentamos analizar por qué aparecen o definirnos por ellos (“soy una mala persona por pensar esto”), solo alimentamos la máquina. Lo que enseño en el libro es a dejar de usar el contenido de los pensamientos como medida de lo que somos. ¿Y si no significaran nada? ¿Y si fueran simplemente fragmentos aleatorios de información?

Cuando son buenos pensamientos, qué bien. Pero definirse por ellos, para bien o para mal, es una trampa.

P. Si alguien termina tu libro y solo recuerda una idea, ¿cuál te gustaría que fuera?

R. Que no eres tus pensamientos. No eres tus pensamientos.

Una vida de libertad, y también de alegría, comienza cuando empiezas a decidir qué pensamientos quieres seguir y cuáles no te sirven. Empieza a verlos como entidades que aparecen en tu mente, y tú puedes elegir cómo relacionarte con ellos. No eres tus pensamientos.