Bajo un sol radiante, la Plaza de San Pedro estaba llena a rebosar de fieles emocionados, entre ellos varios grupos venidos de distintas diócesis de España, como Madrid y Astorga
Si el miércoles pasado la audiencia general comenzó entre las 9:30 y las 9:45, este miércoles ha arrancado claramente a las 10:00. No se sabe aún si este cambio marcará un nuevo horario habitual. En todo caso, bajo un sol radiante, la Plaza de San Pedro estaba llena a rebosar de fieles emocionados, entre ellos varios grupos venidos de distintas diócesis de España, como Madrid y Astorga.
Durante la audiencia, el Papa León XIV volvió a alzar la voz por la paz, con un mensaje especialmente dirigido a Ucrania y a la Franja de Gaza. «En estos días, mi pensamiento va al pueblo ucraniano», afirmó, expresando su cercanía y oración por quienes sufren. «Renuevo con fuerza mi llamamiento: cesad el fuego, que se liberen todas las personas privadas de libertad conforme al derecho humanitario», insistió.
Con palabras conmovedoras, se refirió también al drama en Gaza: «Desde allí se elevan cada vez más al cielo los llantos de padres que estrechan los cuerpos sin vida de sus hijos, obligados a huir en busca de alimento bajo los bombardeos». El Papa pidió a todos unirse en oración «por la paz en Ucrania y en todas partes donde sopla el viento de la guerra».

Una peregrina en la Plaza de San Pedro levantando orgullosa la bandera de España Captura de pantalla de la audiencia
El tono de esta segunda audiencia general de León XIV se ha acercado notablemente al estilo catequético de su predecesor, el Papa Francisco. Siguiendo con el ciclo titulado «Jesucristo, nuestra esperanza», León XIV se detuvo en una escena conocida del Evangelio: la parábola del Buen Samaritano.
Pero lo hizo desde un enfoque particular: comenzó por la pregunta que plantea el doctor de la ley a Jesús —«¿Qué he de hacer para heredar la vida eterna?»—. Un hombre que, a pesar de su formación y autoridad, necesita —según el Papa— «cambiar de perspectiva».
Una cuestión de humanidad
El Pontífice destacó que este doctor de la ley no actúa con mala intención, pero sí está centrado en sí mismo «y no se da cuenta de los demás», afirmó. Su pregunta, aunque legítima, suena más a una reclamación de derechos que a una búsqueda sincera. Para León XIV, en el fondo de esa cuestión se oculta una carencia más profunda: «Quizás se esconde precisamente una necesidad de atención».
El punto central, explicó el Papa, está en el término «prójimo», que el doctor quiere aclarar con su segunda pregunta: «¿Quién es mi prójimo?». León XIV recordó que, literalmente, «prójimo» significa «el que está cerca». Sin embargo, Jesús no responde con definiciones ni teorías, sino con una historia. «Cuenta una parábola que es un camino para transformar esa pregunta», subrayó el Papa. Una historia que lleva al oyente de la actitud infantil del «¿quién me quiere?» a la madurez del «¿quién ha querido?».
En este contexto, la parábola del Buen Samaritano se convierte no solo en una lección de misericordia, sino en una decisión entre «cuidar de él o hacer como si nada». La clave, explica León XIV, es que la compasión no es una cuestión de fe, de práctica de culto o de religiosidad; es una cuestión de humanidad. «Antes de ser creyentes, estamos llamados a ser humanos», aseveró el Santo Padre. Lo digno de destacar es quien es capaz de detenerse frente al sufrimiento de otro, sobre todo actualmente, donde la prisa, tan presente en la vida, es «la que muchas veces nos impide sentir compasión».
Dar hasta que duela
El evangelista Lucas, subraya el Pontífice, no presenta al samaritano como «bueno», sino simplemente como «una persona». Y es en sus acciones —no en sus etiquetas— donde reside su grandeza. «El samaritano se acerca», señala León, «porque si quieres ayudar a alguien, no puedes pensar en mantenerte a distancia». Ayudar implica tocar, mancharse las manos, cargar con el dolor ajeno. «Lo carga en su montura, le cura con vino y aceite, gasta dinero, promete volver…», enumera el Papa. Son actos que hablan más alto que cualquier discurso, porque «el otro no es un paquete que hay que entregar, sino alguien que hay que cuidar».
En palabras del Pontífice, esta compasión tiene un precio: «Solo se ayuda de verdad si se está dispuesto a sentir el peso del dolor del otro». No basta con mirar de lejos ni con donar lo que sobra: se trata de implicarse. «El samaritano no da limosna, da su tiempo, su esfuerzo, su dinero y su promesa de volver».
La gran cuestión, entonces, es cuándo seremos capaces de actuar del mismo modo. Según León XIV, ese momento llegará cuando cada persona se reconozca en el herido del camino. Recordar cuántas veces Cristo se ha detenido a cuidar de la humanidad —afirmó el Pontífice— es lo que puede hacer que también nosotros aprendamos a detenernos con compasión.