Una arquitecto liturgista explica a El Debate el simbolismo e importancia de la Basílica de Santa María la Mayor, donde el Papa Francisco decidió ser enterrado
Cuando se supo que el Papa Francisco quería ser enterrado en la Basílica de Santa María la Mayor de Roma y no en la Basílica de San Pedro del Vaticano, muchos se preguntaron el porqué de esta decisión.
Sin embargo, la decisión tiene mucho sentido dentro del Pontificado de Francisco. De hecho, es lo lógico. El Papa Francisco, quien siempre mostró un enorme amor y veneración por la Virgen María, tenía en el icono de la Salus Populi Romani (protectora del pueblo romano) uno de los pilares de su pontificado.
Ante esta imagen acudía a encomendar sus viajes apostólicos al extranjero antes de subirse al avión y ante esta imagen acudía a dar las gracias por los frutos cosechados.
Lorena Duque, arquitecto liturgista del Pontificio Instituto Litúrgico San Anselmo, describe así la Basílica de Santa María la Mayor para El Debate: «Hablar de Santa María la Mayor es mucho más que visitar un lugar histórico o admirar un edificio de gran valor artístico. Es, ante todo, entrar en un ambiente de fe viva, tejida con oración, adoración, perdón y belleza».
«Entre sus muros y mosaicos late un amor de profunda confianza por la Madre de Dios, venerada aquí con el dulce y poderoso título de Salus Populi Romani, Protectora del pueblo romano», explica.
Desde el inicio de su pontificado, «el Papa Francisco hizo de este icono un punto de referencia. Un gesto sencillo y constante que concentra en una imagen su espiritualidad: el cristianismo no es una idea ni una doctrina abstracta, sino una historia concreta, encarnada, filial. Y en esa historia, María tiene un lugar único. Frente a su rostro sereno y su Hijo en brazos, se comprende que la fe cristiana consiste, ante todo, en aprender a vivir como hijos: del Padre, en el Hijo, por el Espíritu que colmó a María de gracia».
Por ello, continúa Lorena, «no es casualidad que Francisco, con su corazón de pastor, haya acudido siempre a esta imagen antes y después de cada viaje apostólico, o tras su paso por el hospital. En silencio, lo hemos visto confiarle a María sus viajes, sus encuentros, los pueblos del mundo. Y al regresar, volvía allí para agradecer. Como un hijo que se apoya, sin necesidad de palabras, en los brazos seguros de su Madre, porque quien lleva el Evangelio sabe que lo hace en nombre de la Iglesia, y la Iglesia –como dice la tradición más antigua– es María en persona: la que dio al mundo al Salvador, la que intercede, protege y acompaña».
«Querer descansar junto a esta imagen es la expresión más radical y sencilla de esa relación de hijo con su Madre. Morir bajo su mirada, en una capilla dedicada a ella, es reposar para siempre bajo el manto de la Madre, como ha dicho el Papa en más de una ocasión».
«Desde que eligió el nombre de Francisco, ha buscado vivir la fe con sencillez, humildad, ternura y misericordia. Morir junto al icono de María, en el corazón de una basílica que es arte y oración, tradición y vida, expresa con una elocuencia silenciosa la coherencia entre su vida, su ministerio y su deseo final», concluye.