La CHE completará el mapa de masas de agua en el subsuelo para estudiar el impacto de la contaminación difusa en los acuíferos
El subsuelo de Aragón sigue siendo un gran desconocido y en él se esconden tesoros de todo tipo. En una tierra bañada por el Ebro y sus afluentes, huelga decir que bajo los pies se ocultan unos importantes acuíferos por los que fluyen extensas láminas de agua que suelen nutrir los ríos. Aunque muchos de ellos se conocían, el mapa no estaba completo, razón por la cual la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) ha decidido poner la lupa en estos reservorios, lo que ha hecho aflorar cuatro grandes lagos subterráneos al oeste de la provincia de Huesca que suman una superficie de 1.267 kilómetros cuadrados, una superficie similar a la que ocupa el parque nacional de Doñana y 17 veces más que el mayor embalse de Aragón, Mequinenza, que, evidentemente, tiene una profundidad mucho mayor.
Todas estas masas de agua conforman una red acuática en el subsuelo derivada de la infiltración de precipitaciones y retornos de regadío que han rellenado unas formaciones geológicas conocidas como glacis o sasos que, por su composición con una suave pendiente que desciende hacia el cauce principal de un río, crean acuíferos de alta permeabilidad con espesores muy variables que pueden rondar entre cinco y siete metros de profundidad.
Así consta en los documentos iniciales que servirán de base para la redacción del cuarto ciclo del plan hidrológico del Ebro, un trabajo que, junto a las otras siete masas de agua que están fuera de Aragón, permitirá al organismo que gestiona la cuenca completar el mapeo de todo el dominio hidráulico que se ubica en el subsuelo de la cuenca.
Calidad de las aguas
Estos afloramientos jugarán un papel primordial en el cada vez más relevante control de la calidad de las aguas. «Vamos a poder conocer mejor el estado de estas masas, ubicadas muchas veces bajo terrenos donde hay explotaciones agroganaderas, compararlas y obtener más información sobre la contaminación difusa, asociada a los plaguicidas o los purines», detalla Javier San Román, comisario adjunto de la CHE e hidrogeólogo.
La otra gran pregunta es si será posible explotar estos recursos en tiempos de sequía, algo que a juicio de la CHE, y a falta de concretar los estudios que se llevarán a cabo durante el próximo ciclo del plan hidrológico, no tiene demasiado sentido. Lo primero, por el escaso caudal que llevan estos lagos, dado que a menudo son una lámina de agua que fluye hacia los ríos. Y lo segundo, porque los pozos que se han nutrido de estos reservorios se han ido abandonando durante los últimos años y quien los explota ahora podrá seguir haciéndolo.
«A pesar de que se conocía la existencia de estas masas, no las habíamos incluido en los mapas porque se consideraron de menor entidad cuando se redactaron los primeros planes. Hasta ahora teníamos 105 masas de agua subterránea en toda la cuenca y hemos incrementado la cifra total hasta 111 con la propuesta de incluir estos acuíferos. La Unión Europea también ha impulsado directrices para que los órganos de gestión de cuenca tengan controlados todas las masas subterráneas y conseguir así que no haya ni un solo pozo que no tenga una masa subterránea cartografiada», explica Javier San Román.
634 km2 del Terciario del Vero
La masa de agua más importante que ha aflorado en la nueva planificación tiene una superficie de 634 km² que se extiende bajo las comarcas de Sobrarbe, Alto Gállego, La Hoya de Huesca y Somontano de Barbastro. Ha sido bautizada como Terciario del Vero y abarca las cuencas de pequeños afluentes de la margen derecha del río Cinca, destacando los tramos medio y bajo del río Vero y otros más como el río Llastre, Susía o Ena. La recarga del acuífero se produce principalmente a través de la infiltración de agua de lluvia y escorrentía superficial que penetra en las capas más permeables (areniscas y conglomerados).
Las otras tres masas de agua que ahora se incluirán en la planificación corresponden a los glacis de El Torollón-Sariñena, Montesusín-Lanaja y Selgua. Los glacis, más conocido como sasos, actúan como una esponja para las precipitaciones y los retornos de riego, lo que ha generado unas reservas de agua por las que el recurso fluye de forma subterránea hasta que encuentran un punto de evacuación, que suele ser el río.
El primero de estos reservorios ocupa 179 km² de las cuencas de los ríos Flumen y Alcanadre, que fluyen por las comarcas de Los Monegros y la Hoya de Huesca, mismas comarcas por las que fluye el glacis de Montesusín-Lanaja, que cuenta con una superficie de 332 km². Por último, el glacis de Selgua discurre bajo del barranco de la Clamor, afluente del Cinca, por un área de 122 kilómetros cuadrados.