El número 1 también se inclina ante Alcaraz

Después de quince años de rivalidades eternas, vive el tenis nuevas experiencias, un Djokovic-Alcaraz inédito con todo lo que ya lleva el serbio en el circuito. Es la primera vez y se observa que tendrá recorrido, por cómo se revuelve ya el serbio sobre la arena después de un inicio de año disperso, y por cómo se maneja en las alturas ya el murciano. En esta primera cita, valió más el fuego, el descaro, las dejadas, los 19 años. Derribado Nadal, el número 1 también se inclina ante Alcaraz (7-6 (5, 5-7 y 7-6 (5) en tres horas y 35 minutos). Lo dice el murciano, que también se expresa con la cámara: «Un partido en Madrid es molto longo».

Lleva 386 semanas como número 1, más que nadie en la historia, y se tardará en ver algo semejante. Lo ha conseguido por títulos (20 Grand Slams), pero también por regularidad. Sobre todo por regularidad. Y esa capacidad se consigue cuando se estudia y se conoce al rival a la perfección, cuando se entienden y se controlan las emociones y aptitudes propias.

Conoce Djokovic muy bien los impulsos de la juventud. Él mismo los tuvo, los desarrolló y los borró. Muy atrás quedan ya las imitaciones a los compañeros, las retiradas en mitad de los partidos. Sigue, no obstante, el fragor balcánico, pero no era esta la ocasión de sacarlo. En Madrid, en la Caja Mágica, en el horario de sobremesa, sol y calor, el fuego lo llevaba implícito el español. Sabía el serbio que no lo apagaría con más fuego. Y lo intentó con la calma, como esa gota que golpea siempre en el mismo punto y horada la mente sin que el rival se dé casi ni cuenta. Un golpe, otro golpe, un resto más, conseguir otra bola de break, hacerlo temblar. Como si no lo hiciera. Bolas altas, de revés, al fondo, una derecha cruzada fuerte, otra paralela más blandita… Pero choca con un adolescente que no es como los demás. Es un volcán, roca porosa que todo lo absorbe, lo asimila y va construyendo un paisaje distinto más férreo, más indestructible.

A los 56 minutos Djokovic se quita la máscara. Primer gesto en todo el partido. Un puño al aire. Logra el 4-1 en el tie break. Cuando consigue el 5-2, el segundo puño, desafiante esta vez. Logra enfadar a Alcaraz, que le endosa un restazo volcado de revés sobre la pelota, un saque directo y una dejada de revés para acercarse al 6-5. Pero el serbio ataja a la siguiente el primer set. Una hora y dos minutos de perfil bajo, trabajo de pico y pala, casi en silencio, un veneno que recorre al español sin que casi se dé cuenta hasta que es demasiado tarde.

Es fuego el español, los derechazos letales, la pólvora, las dejadas impolutas, la euforia. El serbio sopló y sopló para apagar las chispas. Sufrió el break en el primer juego y, a partir de ahí, la máscara de la imperturbabilidad. Sin gritar, sin traslucir ninguna emoción, sin desbordar desde el fondo, sin dejar de martillear, sin dejar de poner trampas con bolas blanditas, altas, el veneno. Sufría el español con su servicio, tres opciones de rotura, una en cada juego. Se paseaba el serbio con el suyo, cuatro turnos en blanco. En el tie break, demasiado envenenado ya Alcaraz, atorado su servicio (57% de primeros), el Djokovic del rugido.

Pero era demasiado tiempo de frialdad, demasiado tiempo para Djokovic sin ser Djokovic. Y Alcaraz es, 19 años de casi todo sin estrenar, como una aplicación en la que hay mejoras tras cada juego. Fue adquiriendo los ingredientes para crear el antídoto.

Atendió el murciano a lo que le había explicado el número 1 en el primer set y combatió la calma con chispazos de poder. Recital de dejadas de revés, de derecha, de media pista o de fondo. Todas impecables, todas imposibles. Con la mano más caliente y la muñeca más fina, también volvieron los primeros servicios, se encendieron las gargantas.

«Carlos, Carlos, Carlos», se rindió la Caja Mágica. Un cartel anuncia un «Vamos, Rafa», tachado Rafa, superpuesto Carlos. A falta de Nadal, Alcaraz toma el relevo. La responsabilidad es grande, mantener el espectáculo, la adrenalina. Con 5-5 y saque, su primera dejada errada otorga al número 1 del mundo una bola de break. Tiene 19 años, ganas de divertirse y una templanza de veterano: levanta el peligro con otro de esos puntos de carrera, precisión, técnica y derechazo con los que se va ganando la admiración de todos, de los que quieren potencia y los que buscan estrategia, de los amantes del tenis de toda la vida y los que se suman ahora, también de los seguidores de Nadal, que ven en él al balear en esas carreras a todas las bolas, en ese instinto y talento naturales pulido con horas y horas de sacrificio, esos puños de rabia y euforia.

Sobre todo, lo ven en esos puntos que calan y se impregnan en la memoria colectiva. Como ese que desequilibra el segundo set a favor del español, el que desequilibra la templanza del serbio: dejada estupenda de Alcaraz, respuesta de Djokovic a la altura, piernas, piernas y piernas del murciano, contradejada por detrás de la red. Set. Euforia. ‘Carlitos, director de orquesta’; es lo que desprende a las dos horas de partido.

Del tobillo lastimado en el encuentro de cuartos contra Nadal solo queda la huella de una tira médica de color negro en la pantorrilla. Un parche físico que no afecta ni a la potencia ni a la cabeza, que parece más fresca conforme pasan los minutos en pista y se van coleccionando los puntos que ejercitan los cuádriceps de la grada de tanto subir y bajar a aplaudir.

Se aferra Djokovic a su servicio, que ya no consigue con tanta soltura. Anda crecido Alcaraz: rompe cinturas, arrodilla a Djokovic, lo hace agachar la cabeza con cada dejada que lo deja paralizado. Apela el serbio a su más profundo yo: directo, rápido, desbordado por la emoción después de la concentración. Gestos, gritos al palco, puños de rabia. Se deshace el empate técnico de aplausos del inicio, esto no le gusta a la grada, que responde con silbidos y con más apoyo para el murciano, acoge con gusto el protagonismo y lo devuelve con un tercer set de virtuosismo y entrega. Djokovic se ha dejado hasta la sangre, herida en la mano derecha tras una caída. Cierra la brecha de dos bolas de break en el sexto juego y vuelve al origen. Ha estado en muchas plazas como esta. Solo dos veces ha perdido contra un menor de 20 años: Krajinovic en Belgrado 2010 y Tsitsipas en Toronto 2018. Vuelve la máscara, la impasibilidad, los pasos cortos, los golpes silenciosos.

Pero este Alcaraz es respondón, cabezota y descarado. Destapa el antídoto con otro recital emocional: técnica, potencia, tres horas y media sin que se note ni en la mano ni mucho menos en las piernas. Tiene una primera bola de partido que el número 1, 386 semanas en la atalaya, destruye con un saque directo.

Ni se inmuta. Alcaraz aprende a cada paso que da. En el tie break del set definitivo ya es un jugador mejor que en el anterior. Igual de peleón, más seguro, más descarado. Otra dejada, otro revés, otra derecha de las suyas, paralela, que se cuela en el corazón de Djokovic, herido de muerte ante el chaval de 19 años, el que tiene casi su mismo revés, el que tiene todas las papeletas para robarle el sitio, el que ya ha horadado su mentalidad. Primer cara a cara, primer punto para el español. Ese derechazo también se clava en el corazón de la afición, puesta en pie la Caja Mágica. El número 1 se inclina ante Alcaraz.