Alegría

La alegría es la respuesta natural de la persona agradecida. Todas las cosas que gozamos las hemos recibido: la vida, el aire, el sol, la naturaleza, la música, el alimento, el amor… se nos ha dado para nuestro disfrute porque hemos nacido para ser felices. Lo natural es que, conscientes de ello, sintamos la alegría de vivir. Los sentidos descubren al niño las sensaciones que le producen bienestar y él sonríe feliz. Posteriormente esa alegría instintiva se convierte en algo más profundo, espiritual e interior en la medida en que crece su inteligencia y voluntad y por ende, en la vida superior propia del ser humano.

Pero todo en la vida hay que primero descubrirlo y después aprenderlo. Descubrir los motivos para vivir el valor de la alegría es lo primero. Por eso, hay que pensar que todo lo que nos encontramos en el mundo estaba ahí porque alguien nos lo ha dejado, nos lo han dado gratis para que lo disfrutáramos. La vida nos la facilitaron nuestros padres, no sin esfuerzo, y con ella, sus cuidados, con todas las cosan necesarias, de las que la más importante es su amor… Descubrir eso es sentir gratitud y con ella, el despertar de la alegría.

La naturaleza y todas las cosas que el hombre, a lo largo de los años, ha ido realizando para mejorar la calidad de vida: la ciencia, la técnica, las artes, el pensamiento… eso, hay que descubrirlo y después aprehenderlo. En la medida en que –conscientes- lo valoramos y lo incorporamos a nosotros mismos, por agradecidos a todos los que lo han hecho posible, sentimos una profunda e incontenible alegría.

Sólo los pensamientos negativos y la irresponsable actitud de creer que se nos debe todo y, que aún no poseemos lo suficiente para ser felices, impide sentir gratitud y por lo tanto, disfrutar de la alegría. Disfrutar de lo que tenemos, que es mucho, y esforzarnos por aportar con nuestro trabajo mejoras para los demás nos situará junto a la auténtica alegría. Conseguir que nuestras ocupaciones y trabajos sean fuente de alegría para nosotros y para los demás. Nuestro trabajo no sólo es la expresión clara de nuestra vitalidad, inteligencia y capacidad, sino que con él hacemos nuestra aportación a la familia, los amigos, la sociedad, contribuyendo de forma directa al bienestar físico, intelectual, moral y espiritual de los demás y con ello a su felicidad.

La alegría será siempre nuestra más fiel compañera cuando convirtamos en hábito el descubrir siempre el lado bueno de las personas y cosas. Pero el valor de la alegría es, como todas las cosas buenas, algo que no puede quedar dentro de uno sino que se contagia. La alegría es contagiosa, nace del corazón, se manifiesta con suave naturalidad, fácil sonrisa y buen humor. La verdadera alegría deja traslucir la felicidad de quien siente su vida como un proyecto útil para si mismo y para los otros.

Siempre alegres para hacer felices a los demás. La felicidad de los que nos rodean se traduce naturalmente en alegría contagiosa que acude en nuestro auxilio en momentos de dificultad. Es realmente útil e inteligente vivir esta virtud en todos los ámbitos en los que se desarrolla nuestra vida. La familia ha de ser la primera beneficiaria de la vivencia de este valor, seguida de nuestros amigos y compañeros, para derramarse generosa en todas las personas que tratamos cada día a lo largo de nuestra vida.

Un alma generosa esta pronta a reconocer y a agradecer todo lo que ha recibido y recibe en cada momento de su vida y por tanto, de natural surge en ella la alegría que contagia a los demás. Esta alegría que nace de un corazón agradecido se llena de ternura y así traduce su trato en un comportamiento delicado con los demás. La delicadeza es la expresión sublime del amor pero, de ella trataremos en el siguiente artículo.