Generosidad

Aprender a ser generosos es capacitarnos para vivir con alegría, posibilitarnos el alcanzar la verdadera libertad y así, poder amar de verdad. Descubrir los caminos de la entrega a los demás es abrir la senda de la felicidad. Hemos nacido para servir y amar a los demás así, seremos respetados y queridos al compartir y contribuir al bien de todos. Ello es lo que da sentido a nuestra vida y plenitud a nuestra libertad. Hemos nacido y somos libres para amar y, amar es dar.

Solo es posible aspirar a la verdadera felicidad si nos esforzamos en compartir con los otros la dicha propia y ajena. Sin generosidad matamos el amor y sin amor no somos nada. Al orientar la vida hacia los demás se produce en nosotros un sentimiento de utilidad que proporciona paz y alegría. Entender la vida como servicio, conscientes de que sólo podemos ser felices haciendo felices a los demás.

Somos seres personales, a la vez y por ello, sociales. Como personas somos seres de intimidad, como seres sociales somos parte de un todo y por tanto, nuestra existencia influye y es afectada por los demás. Ayudar a crecer a los demás, a ser mejores, más felices es lo que a nosotros nos hace humanos y por tanto a ser lo que somos. Cuando crecemos como personas ayudamos a crecer a los demás, cuando disminuimos y nos deshumanizamos debilitamos a los otros. Sentirnos parte de un todo, saber que nuestras acciones repercuten para bien o para mal en los demás es no sólo cierto, sino imprescindible, para sentir la dimensión de nuestra libertad y en consecuencia la importancia de nuestra responsabilidad.

El valor de la generosidad reside en que es voluntaria y libre. No estamos obligados a ser generosos, si lo somos es porque queremos, porque creemos que es lo mejor. Ser generoso es inteligente porque solo poseemos el amor y la felicidad que hemos dado. “Soñé que la vida era alegría. Desperté y vi que la vida era servicio. Serví y comprendí que el servicio era alegría.” Vivir saludablemente es ocuparnos en alegrar la vida a cuantos nos rodean. Difícilmente encontraremos sentido a nuestra existencia si vivimos sólo para nosotros mismos, pendientes de satisfacer nuestro egoísmo. Dar, compartir, acoger, alentar, animar, ofrecernos, tender nuestra mano, dedicar nuestro tiempo, alegrarnos de los éxitos ajenos, etc… son actitudes generosas cuyo denominador común es la nobleza de corazón, la alegre y contagiosa cordialidad de las personas sin límites para el amor y para el perdón.

Educar un corazón generoso, magnánimo, es importante para asegurar una vida alegre y feliz. Al contrario de lo que se lleva actualmente en nuestra sociedad hedonista, permisiva y desamorada, el generoso, al ser solidario y compartir lo que posee, encuentra en su desprendimiento de las cosas y de sí mismo, el amor y la felicidad. Y ello, aunque no encaje en el modelo actual de sociedad porque el mundo, su mundo, siempre será un ámbito de paz y de alegría. Poco a poco, irá creciendo, extendiéndose y contagiando a otras gentes a otras almas que por generosas, serán gentes enamoradas.

El egoísmo y la soberbia son los naturales enemigos de la generosidad, porque lo son del amor. Ningún egoísta quiere desprenderse de aquello, que él piensa, le pertenece y que –cree- le va a hacer feliz. La soberbia le impide entregarse a aquellos que -por inferiores- desprecia. Por eso ambos llevan a la soledad y a la tristeza. Sin embargo, superándolos, junto a la generosidad crece la alegría que es el valor que hace amable la generosidad que a su vez, despierta a la delicadeza y así, las tres juntas, hacen surgir en los corazones el amor….