Teatro: Esa extraña enfermedad llamada adolescencia

Sobre la juventud habla todo el mundo y a todos nos preocupa mucho. O eso, al menos, se empeñan en decirnos las encuestas, los medios de comunicación, los sociólogos, los políticos… Pero ¿qué es lo que nos preocupa realmente?… ¿Es la herencia que estamos dejando a esas nuevas generaciones, tal y como aseguramos, condescendientes, cuando hablamos sobre el asunto?, ¿o es simplemente que nos fastidia que nuestro presente, es decir, nuestra forma de entender el mundo, se pueda ir al garete porque a esos jóvenes les interesa forjar su propio presente al margen del nuestro?… ¿Realmente somos tan distintos?… Si lo somos…, ¿está tan claro que nuestro modelo sea mejor que el suyo? Todas estas preguntas se hacía La tristura cuando empezó a trabajar en «Future Lovers», el último montaje de esta atípica compañía que lleva ya más de una década indagando en la creación e incorporación de nuevos lenguajes escénicos.

«Este nuevo mundo está modificando la forma de relacionarnos, de comunicarnos, de tocarnos, de amarnos», asegura la compañía. Pero no tienen tan claro sus miembros que ese cambio sea, por sí solo, bueno o malo. «Lo que intentamos en esta obra es detectar lo que nos une y lo que nos separa de verdad de esos jóvenes, sin tantos apriorismos, sin tantos conceptos aprendidos; porque el diálogo intergeneracional es francamente paupérrimo –señala Celso Giménez, miembro de La tristura y principal propulsor del proyecto–. Cuando tratas de hablar un poco en serio, y pasas esa frontera de la tecnología o de los medios que tienen para comunicarse, te das cuenta de que hay una conversación muy fértil con ellos. Quizá estemos de acuerdo en que tanta comunicación como tienen te puede volver un poco loco; pero también es verdad que ellos saben ahora un montón de cosas sobre la vida de manera más inmediata, y saben muy bien cómo relacionarse, y saben leer muchas situaciones que yo no sabía leer con 17 años». Ésa es precisamente la edad que rondan los protagonistas de «Future Lovers», entre los cuales hay dos jóvenes que ya participaron –entonces con solo 10 años– en aquel montaje de la compañía que se llamaba Materia prima y sobre el cual Juan Rayos rodó una película documental titulada Los primeros días. «Nos hubiera encantado trabajar con los cuatro chavales de aquella pieza, pero ha sido imposible hacerlo con todos porque dos viven ahora en EE UU. Por un lado, nos apetecía simplemente currar con ellos de nuevo; y, por otro, nos cuadraba a la perfección, porque queríamos hablar precisamente de la gente que tiene ahora su edad. De manera que la obra se ha convertido en una especie de segunda parte de «Materia prima», en la que vemos cómo ellos han crecido y también cómo hemos crecido nosotros y nuestra poética».

Estilo propio

La niñez de antaño aparece, pues, transformada en adolescencia en este espectáculo posdramático, al más puro estilo La tristura, que mezcla la ficción y el documental; lo teatral y lo performático; la estampa y la narración; la radiografía fidedigna y la exaltación artística. «Se trata de ensanchar el campo del teatro, no de restringirlo», asegura el director, que da alguna pista más concreta sobre lo que encontrará el espectador: «Ocurren cosas en escena que nos hablan, básicamente, de esa generación concreta; pero también de nosotros. Vemos cómo ellos también hablan a las 3 de la mañana de lo que es la vida, igual que nosotros hacíamos. Y eso es lo que tratamos de mostrar. Creo que el escenario está precisamente para eso, para poder presentar cosas que de otra manera no puedes vivir. Aquí ponemos al espectador frente a un grupo de jóvenes hablando de ellos y de su vida. El objetivo es propiciar un diálogo: ver qué hacen ellos y qué buscan, y pensar en lo que hacíamos y buscábamos nosotros». Ese viaje a nuestro pasado íntimo que propone «Future Lovers» nos llevará indefectiblemente a la gran pregunta: ¿hemos logrado ser los adultos que soñábamos ser cuando éramos niños, o nos hemos traicionado mucho por el camino? «La pieza intenta que cada uno saque sus propias conclusiones de acuerdo con su experiencia particular; pero… yo personalmente creo, en general, que sí nos traicionamos bastante –asegura Giménez–. Hace poco leía un estudio que constataba que el grado de creatividad de cada uno iba decreciendo a medida que nos hacíamos mayores, así como iba decreciendo también el número de personas creativas a medida que la franja de edad iba subiendo. Creo que el mundo, la edad, nos va achatando y va comprimiendo nuestras posibilidades de vida. Quizá haya un mensaje en la pieza que sea ‘‘vivamos intensamente’’; dicho así no es nada, pero esperamos que, después de ver la función y después de transitar por todas las escenas, por todas las conversaciones, por todo el arco de los personajes…, sí pueda ser algo para el espectador».